ENTRE LO AGRIO Y LO DULCE POR LA SERNA
Desde mi Kiosco. XI. Una visión alcazareña en la mitad del siglo XX
Los vecinos de arriba esperaban para la fiesta de Reyes Magos, su anual viaje a Madrid, pero en aquel año 1966 su padre retrasó el viaje hasta final del mes, cuando ya estaban abiertas las rebajas y se cobraba la nómina ferroviaria.
Contaban que era un día especial aunque muy corto: subían al tren y llegaban a la estación de Mediodía, volvían a subir por la calle Atocha hasta la plaza de Benavente, y bajando por la calle Carretas al llegar a la puerta del Sol, entraban a Los Guerrilleros, la zapatería más concurrida de manchegos y ferroviarios de todo Madrid. Allí un buen número de dependientes con sus guardapolvos grises y los mostradores llenos de cajas de zapatos “gorila”, atendían rápidamente a la clientela, ya que tenían que volver al tren. Cargados con sus cajas y los encargos, volvían por el mismo camino andado, asombrándose en los escaparates de las tiendas de ortopedia. Después bajaban a Atocha y disfrutaban de los bocatas de “calamares” en el Tres o el Brillante. Eran dos bocatas, una caña y una Mirinda de limón. Partían los bocadillos por la mitad para comer medio cada uno, e inmediatamente al tren para llegar a Alcázar a la hora de poder ver pasar el Talgo. Todo un lujo.
Trajeron los zapatos marrones, con su pelota verde que tenía grabado un enorme gorila, el mismo de la tapa de la caja. Aquella caja se guardó con mucho cuidado para que fuera el criadero de mis primeros gusanos de seda. A últimos de marzo, un sábado, llegaron un puñado de gusanos pequeños y negros sobre unas hojas verdes de morera. Aquellos
“bichos” devoraban las hojas y crecían a diario. Los que teníamos nuestros gusanos de seda teníamos que cuidar de ellos, limpiar la caja y darles de comer durante los tres o cuatro meses que duraba todo el ciclo. Gusano, capullo, mariposa y huevos. Aunque solo comían hasta hacer el capullo, la búsqueda diaria de la morera fresca era la tarea del atardecer.
Encontramos árboles de morera en la carretera de Herencia, en el “cibanto” del margen frente al campo de fútbol. Bien lejos. Hasta llegar allí, teníamos que cruzar “La Serna” y las casas nuevas, sin estropear la alfalfa, llegar a los árboles, coger unas pocas hojas tiernas y volver. Aquel año fuimos muchas veces y los siguientes también, pero la poca luz, la desolación del “peazo” del nuevo parque, con sus rodales de alfalfa y las historias de “La Serna”, nos amedrentaban y nos hacían crecer al mismo tiempo.
“La Serna” fue un territorio a los pies del castillo convento sanjuanista, que se usaba como espacio de producción agrícola de la Orden. En ella los alcazareños pagaban en jornadas laborales parte de los impuestos que tenían que entregar a la Orden de San Juan. Se dividió en muchos trozos con diferentes nombres, como Sernilla, Vega de Palacio…. Durante el siglo XVIII parte de ella estaba en posesión de los hidalgos, según pone en el catastro de Ensenada y en el XIX, después del último prior Sebastián de Borbón, algunas partes se subastaron en las desamortizaciones. Muchas adquiridas por un vecino de Madrid, Pedro Pascual Rodríguez, que abrió zanjas laterales y cercó la finca, ocupando parte del camino de Herencia y de otro que cruzaba la Serna por medio, seguramente el de Villarta. También se subastó el antiguo pozo de la nieve en el Mamello procedente de las monjas de Santa Clara. En aquellos terrenos se mezclan los apellidos Guerrero, Saavedra, Marañón, Resa… Aún así buena parte del inmenso terreno que se ensancha entre la calle de Toledo y la de Salitre, a últimos del siglo XIX, es propiedad de hidalgos y otros nobles de la zona. Una tierra de labor tan cercana y accesible al pueblo, cruzada de arroyos como la Mina y el Cordobés, tuvo que tener gran interés.
Pero estas tierras cercanas al asentamiento romano de la villa, habían estado pobladas y buena prueba son los sarcófagos de los que hablaba el carpintero Heliodoro a primeros del siglo XX, o los pilancones vistos al principio de la década de 1980 y su poblamiento que se hizo a sabiendas de su poca productividad agrícola.
“La Serna” tuvo escaso papel en la vida de la población hasta la llegada de Miguel Henríquez de Luna García de Quesada, desde las tierras de Granada. Es conocido en la popularidad local como “el andaluz”. Se casó con María Rosario Baíllo Baíllo, haciéndose cargo de administrar “La Serna” y desarrollar en ella proyectos de aplicación tecnológica a la agricultura. Fue un hombre de formación multidisciplinar que destacó por su conocimiento de leyes, el gusto arquitectónico y artístico y el interés por la ciencia y la técnica. Intervino en la política y la administración local. Fue alcalde activo de Alcázar de junio de 1899 a julio de 1900, compartiendo el viaje de la infanta Isabel al eclipse de 1900, después decayó su intervencionismo municipal y declinó su presencia en Antonio Serrano y el resto de concejales.
Cuba es hacia 1870 uno de los grandes productores mundiales de azúcar. Poco después en Andalucía, especialmente Córdoba y Granada, se comienza a cultivar y explotar la remolacha como productora de azúcar, con grandes cultivos y plantas de transformación en la vega granadina. En Atarfe se instala una de las primeras azucareras españolas. Con
la firma de la Paz de París de 1898, que conlleva la independencia de Cuba, se produce una crisis económica, entre otros factores por la pérdida de la industria azucarera. Este fenómeno es el dinamizador de la expansión del cultivo remolachero en España. La Mancha que estaba en plena transformación vitivinícola y, obligado paso de ideas e iniciativas entre el norte y el sur peninsular, recoge también las expectativas del capital andaluz en este sentido que acaba asentándose más al norte, especialmente Castilla y Aragón.
Dejando su activismo político, Henríquez de Luna se dedica a emprender en el ámbito social y empresarial. La intervención más desconocida es sin duda el proyecto azucarero, que da comienzo con la transformación del antiguo Pozo de la Nieve de las monjas de Santa Clara situado en “El Mamello,” en pozo de regadío. En 1906 ya encontramos una estación industrial, con un enorme motor de vapor que se acompaña del actual chimeneón para evacuar los humos de la combustión. El fin fue sacar agua para alimentar un sistema de regadío hasta la Serna de Palacio. Para transportarla se construyó una reguera o canal a cielo abierto, hasta un depósito recolector al que llegaba por las bocas de unos leones que lo llenaban. Este depósito de ciclópeas medidas y capacidad, recibió popularmente el nombre de “La Balsa del andaluz”, situándose pegado a las últimas tapias de las casas hacia Herencia y a casi tres kilómetros en línea recta del pozo (en la foto se ha delimitado su superficie en amarillo)
La idea era construir un sistema de regadío de toda la zona, con mucha similitud a las explotaciones granadinas. Atarfe, de donde venía Miguel, tenía la tercera azucarera que se había abierto en España, el ingenio de San Fernando de 1884 y al menos 8 fincas de explotación. En los últimos 20 años del siglo XIX habían pasado de 35 a 8.463 hectáreas de cultivo de remolacha granadina. Una experiencia muy prometedora para Alcázar de San Juan. Esta gran plantación de remolacha llevó paralelamente la puesta en marcha de una planta azucarera en sociedad con Primitivo García-Baquero que ya era un consolidado emprendedor industrial alcazareño. El impulso de esta idea nació con la expansión por toda España del cultivo; en 1902 en Castilla La Nueva solo se recogen datos de Aranjuez y Arganda. La plantación alcazareña que tuvo que ser una experiencia piloto, nunca llegó a los anales del azúcar en España, fue decayendo dejando de ser interesante hacia 1925. Las tierras estaban agotadas y las aguas no eran muy propicias.
Pero probablemente otro de los factores del decaimiento fue la dispersión de intereses de su promotor, que en las inmediaciones de “La Balsa” tuvo un molino de aceite y puso en marcha una fábrica de quesos, con la que como ganadero, nos lo encontramos presentando sus productos en todo el mundo. Recibe un galardón en la exposición Internacional de Bruselas de 1910. Al mismo tiempo Henríquez de Luna fue, como es bien sabido, un activo promotor de la instalación de las aguas potables en Alcázar de San Juan y poco después de la red de alcantarillado.
La amplia actividad económica debió hacerle perder dedicación en algunos aspectos respecto a otros. Perdida claramente la oportunidad de la remolacha, se inicia una nueva aventura para “La Serna” con el cultivo de alfalfa, que resultó de difícil comercialización como alimento de los animales, caballerizas y pequeñas granjas domésticas. A continuación se comenzó la venta en parcelas del extenso terreno y se intentó el cereal; se sembraba, se segaba y se trillaba. Un año se perdió la cosecha por un incendio y fue alternándose con la venta de parcelas hasta los años 60 que fue abandonándose
progresivamente. Definitivamente la opción fue arrendar y vender terrenos para el crecimiento de la población, la Plaza de Toros, las instalaciones deportivas, el terreno destinado al barrio Hermanos Laguna en la década de los años cincuenta… Más adelante se fueron entregando a la administración el resto de las tierras para instalaciones deportivas o recreativas, como el parque Alces al final de la década de los años 60. Aquellos terrenos nunca fueron buenos para el cultivo, la salinidad y las tablas que cita Fernando Colón, razón de las inundaciones, son las causas principales.
“La Serna” fue siempre patrimonio moral de los alcazareños y por lo tanto, lugar natural de reunión y esparcimiento, en relación a su cercanía a la población y la falta de obstáculos de acceso de ningún tipo, un espacio para el paseo y la convivencia. Una de las historias más desconocidas es la relacionada con la revolución de Octubre de 1934. La incorporación de la CEDA al gobierno produjo muchos descontentos entre la clase obrera, y los alcazareños se reunían allí para determinar cómo enfrentarse a los registros en la comarca de las Casas del Pueblo y los domicilios de sus miembros.
En Alcázar de San Juan se reunieron en “La Serna” un centenar de personas cargadas de pistolas, explosivos caseros hechos en los talleres de la MZA y botellas inflamables; pretendían cortar la vía férrea, asaltar el cuartel, la central eléctrica, el convento y algunas casas particulares. Su acción se limitó a detener durante una hora el expreso Barcelona-Algeciras, después lo dejaron marchar y se disolvieron. En días sucesivos se abrió una investigación sobre los hechos y fueron encarcelados veintitrés alcazareños y trece criptanenses. Fueron juzgados por un tribunal militar y el fiscal pidió, en julio de 1935, seis años de prisión. Otro de los sucesos que nos amedrentaban eran “las mujeres de la Serna”; algo que no se sabía que era, ni entonces, ni ahora. Sólo hemos podido conocer que era un grupo de trabajadoras agrícolas que se organizaron en los tiempos de las colectividades. Una organización independiente e interna de la colectividad de campesinos. Una experiencia del movimiento obrero que estableció gratuidad de atención sanitaria, farmacia… a los colectivistas.
Otro de los sucesos sobrecogedores fue el martirio de los franciscanos y trinitarios que se colocaba en los paredones de “La Balsa”. Después quedó claro que la truculenta contingencia no fue en “La Balsa”, sino en sus inmediaciones de la calle Religiosos Mártires. Aunque los mayores hacían temblar a quien se acercaban a su “terrintontero”, señalaban en las paredes de la Balsa posibles impactos de proyectiles, entre montones de basura, escombros, animales muertos, roedores a la carrera y lagartos al sol. Los chicos alentados por los de las “Casas Nuevas” que conocían todo al dedillo, investigaban detenidamente pensando como extraer los viejos proyectiles.
Allá a lo lejos de entonces, cruzando un descampado de escombreras que daba cierto reparo cruzar, estaba el barrio de las “Casas Nuevas” o Hermanos Laguna, un conjunto de casas obreras. Llegar a ellas era una aventura; todas las noches las chicas del barrio, se esperaban unas a otras en las “esquinas de las aguas” para ir en grupo, o bien esperar a uno de los padres que por turno salían a recogerlas. Promocionadas por el franciscano Juan Antonio Fernández López, fueron construidas por la Obra Sindical 150 viviendas de 45 metros cuadrados en las tierras aportadas por el ayuntamiento de las antiguas propiedades de Miguel Henríquez de Luna. El barrio construido en una depresión del terreno como se comprobó hasta su desaparición, fue construido en dos fases, entregándose sus últimas viviendas, “sacando la bola” en los primeros años sesenta. Un
barrio joven y alegre que marcó la vida de Alcázar en muchos sentidos y del que salieron hombres y mujeres que siguen dando un tinte de progreso y solidaridad a sus acciones vitales.
Este barrio alegre y adelantado, mediante la formación de una hermandad, fue el primero en realizar fiestas populares. Las verbenas perdieron su sentido antiguo, las chicas decidían con quien querían bailar sin recabar el permiso de sus madres y se introducen los sonidos eléctricos. Las fiestas tuvieron todo tipo de sucesos, y uno de ellos nos tenía sobrecogidos la mañana del domingo que visitamos “La Balsa,” en busca de lagartos. Era primero de mayo, seguro, porque las fiestas de la mística Catalina de Siena, se celebraban el 30 de abril. Aquella noche de 1966 fue la “fuga de los cohetes”, unos días antes acababan de reunirse por primera vez el Papa y el premier ruso, un acontecimiento de tal calibre que tenía revuelto medio mundo. El caso es que terminada la verbena, al nacer el 1 de mayo, pasadas las 12, un accidente prendió unos paquetes de cohetes que se deslizaron solos desde la mesa en la que estaban colocados. Se produjeron lesiones menores y algún accidente delicado, pero las lenguas de otros barrios contaban ya a la mañana siguiente terribles historias que acabaron estigmatizando el barrio y dándole el nuevo nombre de “la ciudad sin ley”
Alcázar estaba en plena transformación, los nuevos barrios, las nuevas músicas, los nuevos secretos de los jóvenes, las nuevas esperanzas y las del polígono, daban las pautas de un nuevo mundo. Nuestros gusanos en su caja de zapatos devoraban las hojas de morera con verdadera ansia. A lo manchego. En la escuela se hablaba a diario de la metamorfosis y la idea enredaba a los chicos en un ovillo de gusanos, capullos, mariposas. Todos al mismo tiempo, siendo lo mismo y cosas distintas a la vez. Un auténtico embrollo que nos enseñó a ir entre lo abstracto y lo concreto de otros conceptos. Entonces aprendimos a pasar horas y horas hablando de gusanos y mariposas, de la transformación de nuestros héroes, de los personajes de juego, y del mundo que conocíamos.
Texto: José Fernando Sánchez Ruiz
Foto Aérea Años 50: Archivo Municipal