20121114

UN MONO EN EL ANDEN


Un mono en el andén
(Monologo teatral)
José Fernando Sánchez Ruiz

Escena.- (ambiente de taberna) Una mesa y dos sillas, sobre una, un mandil blanco de camarero.  Una botella con vino tinto y un vaso de cristal.

Personaje.- Hombre cercano a los 70 años. Pantalón de pana, en el bolsillo una boina, camisa azul de trabajo con botones blancos. Chaleco negro desabotonado, con pañuelo en un bolsillo.

Medios técnicos.- Lanzamiento de sonidos. Maquina de humo….

ACTO UNICO.
(Suena en fondo.  “A donde vas morena”.)
(Un hombre se acerca a la mesa, se sienta, se sirve,  bebe lentamente y chasquea).

(Nostálgico) Desde la altura del Cuarto Piloto me encontraba en aquella hora de la siesta ensimismado en el chimeneón de la alcoholera de los franceses mirando la línea de horizonte, mirando el camino de El Toboso. (Deja de sonar.“A donde vas morena”.)

 (Sonido de repiqueteo de calderos metálicos)
(Echando la cara a un lado del escenario). El repiquetear de los caldereros de Macosa me adormecía un poco y abrí la ventana del cuarto para poder despabilar la modorra. (Elevando la vista) Recordaba en la boca del chimeneón, el nido de cigüeñas y el nido de ametralladoras, que hubo allí durante la Guerra.

humo….

(De cara al público) Escenas terribles me venían a la memoria,  hasta podía oler el humo denso y dulce de la pólvora de aquellos días. (Olisquea) ¡Pero cojones! si casi podía mascar el humo. (Indignado)
Salí fuera del ensimismamiento y volviendo la cabeza hacia levante comprendí que el Piloto, se estaba llenando de humo.
 El humo venia de la maquina que estaba estacionada en la vía 3 y que después de haber repostado de agua no se movía del carril.
Algo pasa,-pensé inmediatamente-, prestando toda mi atención como si de una emergencia ferroviaria se tratara.

*
(Bebe lentamente un trago y chasquea)

(Narrando) A lo lejos una masa de hombres, chiquillería y algunas mujeres se arremolinaba dando gritos y pululando por el edificio de los andenes de una punta a otra, a veces se asomaban a la marquesina y otras miraban al suelo haciendo un corro. (Ruido de gente. algarada)

Juanelo el Chatarrista subía la escalera de la caseta con su saquillo de cuadros azules para la cena. Era mi relevo en el puesto y desde el descansillo ya me venia gritando.
- Manolo, Manolo, vete a tu casa, que hasta que llegues te queda un rato. (se oye la voz en off, con mucha ironía.)

 Juanelo me decía todos los días lo mismo con muy “mala leche”, al oír su voz me encasquete la boina y cogí el saco al revuelo para bajar las escaleras nada mas llegar el arriba. (Lo hace viviendo de nuevo la escena del recuerdo. Se levanta de la mesa y se pone de cara al público)

(Dirigiéndose a su compañero en el publico) – Juanelo. Te he dejado la hoja de trabajo donde siempre y  me voy a ver si llego, (con sorna).

--Pero Manolo no quieres que nos fumemos un cigarro. (off)

--Adiós Juanelo, que tengo mucha prisa y mi casa esta muy lejos. (Dirigiéndose a su compañero en el publico)

Por entre las vías eche a correr al revuelo del anden central.   (Lo hace)

*

El mico el mico, (off voces mezcladas de multitud y personas concretas) 

(Vuelve a sentarse, caerse, a la mesa de la taberna) 
(Narrando) De entre la gente destacaba un militar uniformado como las tropas de la provincia del Sahara, el brigada de infantería, tenia un enorme mostacho que rizaba, (hace ademán) o debía de encerar con las puntar rechibadas hacia los ojos.

La locomotora pitaba y echaba grandes bocanadas de humo pero no podía ponerse en marcha sin su brigada, que volvía a destino comandando la patrulla guardiana de un furgón de aquella composición.

(Se viene hundiendo) Los viajeros increpaban desde las ventanillas, con mucha educación, al jefe de estación, que los miraba atento con el silbato en la boca y el pulgar de la mano izquierda dentro del cinturón donde refulgía como el sol su hebilla de yugo y flechas. Yo cada vez que lo veía con su nuevo aire de D. notaba un retortijón y el dolor lacerante de un culatazo en el costado.

(Cabreado). El brigada era el propietario del macaco que tenia alborotada la estación.

(Narrando con énfasis). Hacia cinco años que vivía con el viajando sobre su hombro, comiendo de su plato y de su mano, entendiendo todos los deseos del amo y obedeciendo el animal a veces a un simple gesto o a voces militares del brigada, que se retorcía el bigote de regocijo por el comportamiento de su mono gibraltareño. (Imita al brigada con mofa)

(Con desprecio) Había bajado del tren, como otras ocasiones, en la estación de Alcázar de San Juan para beberse en su fonda, un agua de limón con tortas de Alcázar. (Vuelve a beber y chasquea)
El simio salió del tren subido a su hombro como hacia habitualmente, y paso a la fonda con su amo, ALLÍ SE COMIÓ UNA TORTA DE BIZCOCHO y a la salida, basculando su cuerpo sobre la cola se subió por una de las columnas de hierro a la marquesina de los andenes.
Salto al techo de los vagones y los recorrió en ambos sentidos a gran velocidad saltando de vagón en vagón como si estuviera aun en libertad.(hace el salto del simio y recorre el escenario al trote)
(Con desprecio) Le tuvo que sentar a gusto la TORTA DE BIZCOCHO.
Volvió a saltar a la marquesina que cruzaba de un lado a otro haciendo que el gentío se desplazara por debajo de ella de un lado también al otro, siguiendo sus piruetas y gracias, observando como el brigada resolvería aquella pequeña insurrección en territorio nacional. .(Hace el salto del simio y recorre el escenario al trote)

*

( Con algo de ira) El macaco había bajado varias veces de la marquesina, para volver, creo yo, al hombro de su dueño: Pero cuando se encontraba en el suelo los mozos carbonilleros le atizaban una buena lluvia de piedras de la vía, hasta que el animal cada vez más asustado retornaba a subir a su refugio en la marquesina. 

 (Vuelve a sentarse, caerse, a la mesa de la taberna)

(Narrando). El Brigada, Pelayo Orrazamendi había intentado poner orden en el corro elevando la voz, haciendo gestos, soltando algún cachete a los mozos y haciendo todo tipo de llamadas y filigranas para recuperar a su mono. Ya desesperado de la algarabía que su animal estaba organizando con la confabulación de los mocetes de la estación, llamo a tres de los soldados que escoltaban aquel vagón y les dio instrucciones precisas para operar en aquel terrible campo de batalla.

(Bebe lentamente un trago y chasquea Imitando burlonamente al brigada.
--Señores, les dijo: primeramente vamos a intentar cazar al simio con un viejo truco que he visto utilizar con animales rebeldes y si no es posible conseguirlo, procederemos a mi tercer toque de silbato a desalojar la zona de paisanos para que se tranquilicé el animal y pueda volver como mi general a su unidad.

(Narrando ) Los soldados con su brigada cogieron una manta de caballeriza y desplegándola a todo lo largo y ancha que esta dio, la dejaron en el suelo. A continuación con sus gorros hicieron un paquete dentro de una camisa, tomando aquel injerto forma de muñeco que mantearon al son de una canción militar. (Suena “tema militar vocal” pita pita maquinita) El mono como llamado a fajina se asomo por el pico de la marquesina más cercano a aquella estampa, la observaba con gran interés y alargaba el brazo para enganchar el muñeco, pero los soldados retiraban el manteo cada vez unos centímetros más. Con este ingenio pretendían, que el mono; o bien perdiera el equilibrio o bien, se lanzara a la manta para participar en tan divertido juego y cazarlo echándole encima los cuatro picos de la manta cruzados. 

Se pone en pie cara al público
(Narrando) El mico Francisco embobado en el juego estaba a punto de dar su salto al aire, cuando recibió un cantazo en el centro de la frente (fin de la música militar) que le hizo caer de espaldas y braziabierto sobre el suelo de la marquesina. Al mismo tiempo desde el grupo de mozalbetes se oyó una voz que decía ¡toma, hoy cenamos carne!.

humo….

Al público con moralidad. El silencio sobrecogió todo el anden, incluso dejo de oírse el resoplido de la maquina que echaba humo en el anden. El brigada comenzó a tocar su silbato una vez, dos veces, cuando se lo puso en la boca y al ir a soplar por tercera vez, el mico Francisco rodó del suelo de la marquesina a su cabeza, golpeando a su amo con la fuerza de un saco de patatas, lo propio de un cuerpo muerto…   

 Pelayo Orrazamendi conmocionado por el golpe recogió al simio Francisco que al encontrarse en los brazos de su amo venia en si. Con un gesto huraño y de poco interés por el hambre de los mozos, a voz en grito llamo a su cabo.

Imitando con orden de mando
--Cabo. Traiga inmediatamente tres raciones, mejor solo dos,  para estas gentes.

             El cabo las entrego con diligencia y el brigada aun con el animal en los brazos tiro la comida a los pies del grupo de mozos que había perseguido al mico, diciéndoles.

Imitando con orden de mando
 --Más os valdría ser honestos hijos de la patria que futuros presidiarios. Un patriota nunca pasa hambre. ¡Mecaguendios¡

(Vuelve a sentarse, caerse, a la mesa de la taberna) (Bebe lentamente y chasquea)
humo….
Se dirigió al tren con sus soldados, tras vigilar el anden, hizo una señal al jefe de estación y este le dio salida al convoy, (pitido salida del tren) disipándose poco a poco la humareda que se había concentrado en la estación.

*     *     *
(Bebe) Para dirigirme hacia mi casa, me cale la boina con las dos manos, (lo hace) di con mucho respeto las buenas tardes al jefe de estación -que remedio- me miraba desde dentro de su camisa azul con botones negros. Entre los muchachos del grupo reconocí de soslayo al hijo de un compañero que aun seguía en Manthausenn. Poco después me entere de la muerte de su padre. 

Aun bebo mi cobardía. (Bebe) y cae de bruces sobre la mesa. Suenan unos compases de (A donde vas morena)

FIN

20121104

Primer Brindis

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Primer Brindis por el centenario de la calle Emilio Castelar.

Parece que el naufragio del Titanic en 1912 es lo único de importancia de aquel año, cada pueblo, se afana en buscar algún vecino que estuviera cercano a aquella tragedia. Pero la verdad es que pasaron grandes cosas en todos los ámbitos. En Alcázar de San Juan, encontramos importantes obras de ampliación de la estación para la clasificación de trenes, los alcazareños participaron plenamente en la huelga general ferroviaria de octubre, que señalaba la potencia del movimiento obrero local de aquellos años. Se arreglo el reloj de la torre del viejo ayuntamiento que no funcionaba, como siempre, y se dio un acontecimiento principal para todo el siglo. Apareciendo la calle “Emilio Castelar”

Contaba con frecuencia el cronista alcazareño Emilio Paniagua Ropero, que fue en septiembre de 1912 cuando se instalaron, según las noticias que tenia de Antonio Tejado, las primeras placas de calle con el nombre de Emilio Castelar. Noticia esta que queda clara en la personalidad alcazareña y que no debe ser interpretada, nada más que en su justo termino. Se pusieron las placas.
El seis de julio de 1910, siendo alcalde “Estrella” Eulogio Sánchez-Mateos, se acordó rotular calles y numerar edificios, obra que fue encargada a Tersil Martínez Ferrero por su oferta, pero seguramente no se ejecutaría esta imposición de placas, hasta 1912, momento en que se acordaron obras de arreglo del pavimento de las calles Cabo Noval, rebajándola hasta buscar la corriente y Emilio Castelar que debían ser empedradas a “bombeo” sin cunetas, ampliando sus aceras. De hecho los papeles de la época no hablan de un cambio de nombre en este momento y la natural calima veraniega, aunque anima a echar horas y horas para buscar el acuerdo correspondiente, no da mejores resultados.
Al fin y al cabo cumplimos ahora el primer centenario del nuevo nombre. La calle dejo de llamarse San Andrés para recibir el nuevo nombre, si San Andrés fue su nombre histórico, aunque no ha dejado de usarse, su verdadero nombre popular  es el de “La Castelar” y lo ha compartido con los de Generalísimo y Emilio Castelar, que de todas estas formas posibles a lo largo del siglo XX han llegado la correspondencia a las casas de los vecinos, con muecas o sonrisas de los carteros según la década.

Otra cuestión a centrar es la delimitación del espacio de la calle, cuestión con la que pasa algo parecido al nombre, dado que en diferentes épocas ha tenido diversos trazados. Si bien popularmente se confunde en muchas ocasiones la Avenida de Álvarez Guerra o antiguo paseo de la Estación con la propia calle, también es cierto que el tramo desde la plazuela de Villajos a la antigua carretera de Campo de Criptana ha compartido los nombres de la calle con el de Cabo Noval.
 Las chiquillerías dieron nombres parciales a cada tramo según las fijaciones de cada época, y que ahora no es el momento de presentar. Actualmente es calle Emilio Castelar desde la plaza, donde comienza su numeración, hasta la Avenida de Criptana donde termina. Siendo la acera de los impares la de la izquierda conforme se entra en ella y la de los pares o de los tontos, la de la derecha, por donde se pasea a la fresca de las mañanas a  su sombra. Cosas de las hordas de la chiquillería que nada tiene que ver con la realidad de la calle.

Las casas importantes de la antigua calle de San Andrés, a modo de fincas, en un terreno diseminado unido por grandes corrales, se acababan en las equinas de la actual calle Miguel Barroso y Ramón y Cajal, donde iban a dar las casas hidalgas de la parroquia de Santa Maria, siendo la que quedaba mas al norte la de los Valenzuela, que llego al siglo XX en esas esquinas conocida como la casa del oculista Dr. Marcos en la mitad del siglo y de la cual hoy su portada esta superpuesta en la fachada principal del actual Conservatorio Superior de Música. De esta hacia el norte, alguna casa popular y campo hasta la ermita de Villajos.

Esta calle fue una zona de servicio de las casas grandes de la calle principal de la población que era la actual de José Canalejas y antigua de Resa, donde estaba la casa familiar de Álvarez Guerra, la del potentado hidalgo Marañon y Resa u otras. El pueblo se acababa prácticamente en la sierra que suponía ser la morra de la ermita del Cristo de Villajos en línea a las afueras con otros cristos como el de Zalamea, antiguas cruces a las entradas de los caminos que llegaban a los pueblos.
La prolongación del cristo de Villajos era el campo y el cruce de los caminos a diversos pueblos, quedando a las afueras la primera plaza de toros, gracias a Álvarez Guerra, que tuvo la ciudad en donde luego se levanto el casino, todo a su alrededor era campo y ya en la segunda parte del siglo XIX las vías del tren.

La importancia de los terrenos cercanos a la actividad ferroviaria fue haciendo que esta zona se urbanizara con trazados rectilíneos y se poblara poco a poco. Aparece la calle y con ella un nuevo concepto de Alcázar de San Juan, como polo de atracción, ocio comercio y viaje dentro de La Mancha. Durante los primeros años la calle fue haciéndose con su personalidad y estuvo construyendo sus edificios principales hasta entrada la década de los años 30.
Si en la zona del Paseo de la Estación comenzaron a destacar edificios como las Bodegas Bilbaínas, actual Comisaría de Policía, Sociedad Recreativa Alces, que formaba parte del complejo del teatro Moderno o Cine Crisfel, hotel Raboso hoy discoteca Vanyty, Fonda Francesa y tantos otros, no fue para menos en el ultimo tramo de nuestra calle que se construyo prácticamente en el campo. El circulo de la Unión que dio lugar al actual casino, el edificio de Úbeda que albergo en sus bajos el cine Alcázar. Y de la ermita de Villajos hacia el norte, grandes casas particulares todas en ambas aceras con vocación comercial. Entre los edificios posteriores y rompiendo con la línea de la tardía arquitectura modernista manchega, aparecieron algunos de carácter racionalista, como el que albergó los almacenes Arias y otros de su entorno, que se comparten con alguno de intención neoclásica.
Después fueron desapareciendo las escasas casas populares y sustituyéndose con edificaciones eclécticas que en conjunto dan un aspecto de ciudad viva a la calle. La plazuela de Villajos ya desconocida hoy y existente solo como cruce de vías, ha transformado a lo largo de la historia de la calle su arquitectura de arrabal, al menos dos veces, con una primera construcción que le dio sentido y personalidad a la zona y con una segunda coetánea que ha convertido la plazuela en cualquier rincón de las poblaciones de veraneo en nuestra costa mediterránea. 




Los tramos restantes ya mas tradicionales y correspondientes a la antigua calle San Andrés, sufren un proceso parecido y entre sus edificaciones perdidas hay que recordar  el edifico de los tejidos de Antonio Ortiz, conocido como almacenes Tresa o la casa del balcón corrido, con una fachada a dos calles y una galería de balcón que recorría toda la fachada teniendo esta cerca de sesenta metros. Aquí conviven el resto de la arquitectura modernista, con el racionalismo y las arquitecturas mas coetáneas incluso con edificios de hierro y cristal que han ido ocupando la calle, convirtiéndola en un libro abierto de las modas arquitectónicas de todo el siglo. Aun se mantienen verdaderos palacios que fueron residencias de grandes agricultores o vinateros en su tiempo desapareciendo las casas populares que hasta hace poco salpicaban con gracia las aceras de la calle.

20121103

Segundo Brindis

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Segundo brindis por el primer centenario de la calle Emilio Castelar.

El uso de la Calle Emilio Castelar, desde sus primeros años no fue al estilo de otras; si bien por ella circularon como carretera todo tipo de vehículos camino de la estación, o hacia Campo de Criptana, su intención no era la de ser lugar de paso, sino que se centraba en tres aspectos; los negocios, el comercio y el ocio.
A cada hora del día ha tenido y tiene un tipo de vida distinta. Por la mañana es calle de los negocios, haciendo que el paso por ella se relacione con la banca y la cercanía de las instituciones, que han tenido en sus aledaños durante largos periodos de este centenario, sus servicios; el Registro de la Propiedad, la oficina de Contribuciones, Notaria, Despachos de Abogados, Gestorías, Comisaría...y entre todos ellos sostenían, durante ochenta años, una improvisada estación de autobuses que enlazaba el ferrocarril con los pueblos de la comarca.
 Desde la década de los años veinte y hasta bien entrados los ochenta, los autobuses, “coches” o “las viajeras” aparcaban y los viajeros se apeaban en el paseo de la estación, mezclándose con los marineros de Cartagena que en con sus trenes militares lo llenaban de petates blancos. Las mocitas bien de los pueblos venían por la mañana, por si había a quien echar el ojo, las “coconuts” de los años veinte y treinta pedían fuego a los caballeros a la puerta de sus bares de camareras y muchos “pollos” locales picoteaban el paseo sentándose en los veladores de sus inmensas terrazas observando el panorama y haciendo apuestas.
Al mediodía un rió de ferroviarios y trabajadores de “Los Devis” ocupaba brevemente el paseo en andares de monos azules de grasa y carbonilla o en bicicletas que ocupaban la calzada durante unos minutos al ritmo de las sirenas de la fabrica y pitidos de las locomotora.
Si en la mañana eran los negocios, el rito del aperitivo o el “chato” transformaban la calle y las caras de sus viandantes. El espíritu que recorría la calle, a última hora de la mañana y especialmente por la tarde era de todo tipo de compradores. Recorrían los Grandes Almacenes que supone la Castelar. Comercios de decoración, regalos, ópticas, zapaterías, mercerías, corseterías, ferreterías, librerías y papelerías, joyerías, sombrererías, tejidos, modas de señora y caballero, jugueterías, mobiliario, fotografía, peluquerías, fruterías, imprentas, carnicerías, ultramarinos. Locales de apuestas y venta de loterías, farmacias, médicos, perfumerias…


Era una calle en la que se podía comprar de todo, en una planificación inexistente que llenaba cada década el hueco correspondiente a las nuevas necesidades de los compradores de toda una comarca, por eso aparecieron negocios novedosos, como las agencias de viajes, los comercios de telefonía o los centros de belleza de los últimos años.
A ultima hora de la tarde el ambiente de la calle se agolpaba sobre otros locales, mas de ocio, cafés, bares y tabernas. El Casino, los cines, algún bar nocturno y las terrazas. Junto a ellos destacaron pastelerías, churrerías y establecimientos de frutos secos, pipas y alcahuetas.

Para dar una idea de la importancia de este fenómeno, daremos un repaso por un aspecto tan popular como comer y beber alrededor de la calle. Tenemos los establecimientos de alimentación clásicos, ultramarinos y alimentación, Casa Damián, La Carmina, Fuentes, Montoya o Carreño. Otros especializados como las carnicerías de Ortega y Martín o diversas fruterías. Luego están los del extenso capitulo de tabernas, bares y cafeterías y algún restaurante,  que requieren una atención especial en su momento.
Pero no todo se reduce a este aspecto tan formal de las grandes tiendas, junto a ellas han convivido varios paraísos de la gula manchega.  Los abuelos que apretaban la mano de los nietos para cruzar las aceras, cuando pasaban por la calle los “fardones” en coche a toda velocidad y los niños abrían los ojos desmesuradamente en los escaparates de colores y brillos, esperaban la llegada del domingo para hacer un paseo por sus estaciones. Un paraíso con varias estaciones, “La tienda de la Teresa” en el comienzo de la calle junto a la plaza. Allí se compraban caretas de cartón en los carnavales, las pastillas de leche de burra y los chicles Dunkin, con los que se hacían grandes globos para impresionar a las chicas de la otra acera de la calle. La siguiente parada era la Fortuna, donde se podían comprar “indios de a peseta” y tebeos del Jabato y Pumby. Entre estas, había una estación intermedia tan importante como el “Kiosco de la Benita”. Pero a este ya se acercaban más mozalbetes, a comprar cigarrillos sueltos, cambiar novelas de Lafuente Estefanía, actividad que aun pervive en Alcázar, y comprar caramelos Sacis. El caso era merodear el kiosco y poder ver las portadas de las revistas en sus escaparates, especialmente en la década de los setenta. Frente al emblemático kiosco el estaba el puesto callejero de una cigarrera o cerillera, que bajo su cajón de madera verde y cristal guardaba para la venta objetos de caballero, para los chicos mayores, piedras para mechero y otras menudencias hoy impensables como las recargas de gasolina de los encendedores mas modernos. Después los chicos dejaban de ser chicos y entretenían mucho tiempo en los billares, jugando al futbolín  y las maquinas electromecánicas de pinball.

Las chicas tenían pasión por las pastelerías y competían entre los pestiños y los pasteles de chocolate de las dos que durante mucho tiempo presidieron la calle, la Rosa, hoy ejemplo de establecimiento y La Glacial. Mientras se comían los dulces, comentaban las carteleras de los cines y las clasificaciones morales de las películas. Cada una de las pastelerías represento durante mucho tiempo una forma de vida y tenían entre los adultos una clientela fija. Las tardes de gran fiesta, fueron los churros, otros grandes protagonistas. Si bien la churrería de Romero junto a la ermita vendía sus porras por la mañana y solo en algunas ocasiones por la tarde. Camacho abrió muchas tardes y sirvió chocolate o café a la parroquia que disfrutaba y se calentaba en los fríos del invierno. Los que no fueron partidarios de los churros, en este pueblo hay gustos para todo, se calentaban las manos, la boca y estomago en las cercanías adquiriendo, castañas asadas, patatas o boniatos. Para atender esta necesidad de la calle, llegaron a convivir tres establecimientos ambulantes, el bidón del kiosco del Cristo o de la Benita, el Barco Castañero y la Maquina del Tren de Irineo o “Eloy” que anuncia siempre la llegada del tiempo frió saliendo a la calle el día de los santos.
En primavera se recogía la maquina del tren y Eloy sacaba su barquillera colocando el negocio en la placeta del Cristo de Villajos. Allí se le daba la vuelta a la ruleta para que la suerte te diera el número de barquillos que correspondían a la tirada, en un juego inocente y misterioso. A veces el número de lo que marcaba la ruleta se multiplicaba en manos de Eloy, que si te tocaban pocos, decía, “es que hoy la ruleta los da dobles”.
En verano Eloy compartía en los mejores helados de la localidad con Alfredin, ambas producciones fabricadas en Alcazar, y si bueno era el turrón en uno, no era menos agradable el mantecado en el otro, o los increíbles “coyotes” “polos” caseros...
Pero las más afamadas chucherías locales dejando de un lado las Tortas de Alcazar, fueron los frutos secos, los “puñaos” y las pipas. La chucheria de los adultos, tenían muy ocupadas a las familias Arias y Calcerrada y a otras muchas familias locales que trabajaban en estas industrias, en los tostaderos, en los transportes, en el empaquetado de las pipas en bolsas que se cerraban a la llama de una vela en las mesas camilla. Esas tardes en la mesa de al lado alguien hacia guantes o estuches o pantalones y camisas para ayudar en la familia. 

Los domingos se paseaba por la Castelar para comprar “el puñao”, un revuelto de alcahuetas y garbanzos torraos y algunas pipas, con que alegraban la tarde de muchas casas al calor de la radio y un vaso de vino blanco.

20121102

Tercer Brindis

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Tercer brindis por el primer centenario de la calle Emilio Castelar.

La primera sucursal bancaria se abrió en Alcazar en 1928, en el edificio de Benito Úbeda, donde luego estuvo el memorable Cine Alcázar. Esta calle tuvo una docena de sucursales y alrededor de ellas, bares y cafés para calmar el ansia y celebrar las operaciones.




De los bares mas antiguos y desaparecidos de la calle tiene para mi especial predilección, Casa Federico, “La casa del Vermu” con su azulejería sevillana, su barra de zinc y su salón en altillo al fondo, con ventanas a la ermita del Cristo de Villajos. En verano competía en terraza con su vecino “Pepe Luis” otro de los bares emblemáticos de la calle, donde se vendía vino a granel en la misma barra. Enfrente El Brillante de los sesenta, o los Hermanos Gómez que sustituyo “al del Vermu”. El Trébol también desaparecido, o la Cervecería Alemana, de 1930, sin querer nombrar los míticos locales de la zona de la estación.
En el tramo cercano a la plaza, los bares no han tenido nunca buen lugar, seguramente en respeto a las tabernas de la plaza que la salpimentaron durante todo el siglo. Pero no fue este el fenómeno de los aledaños de la Castelar, que se salpicaba de las clásicas tabernas, bodegas, licorerías y botillerías; unas justificadas por el mundo obrero alrededor de la estación, donde recalaban los trabajadores al final de la jornada para “refrescar”, La Campera, el Sotanillo, Telaraña, A la vuelta lo venden tinto. La antigua de El Acabose o la Perla. Otras relacionadas con el ocio juvenil y los bares nocturnos especialmente en el ultimo tercio de siglo, desde que en 1969 en el rincón de la calle Ferrocarril se abriera la sala de juventud Impala, que luego fue seguida de otras de todo tipo en la misma zona. De todos ellos el que abrió una etapa generacional y social en Alcázar, fue el que resulto pionero en muchos aspectos y con el romántico nombre de Arcadia, apareció en la calle Tribaldos, manteniéndose como Taula. De triste trayectoria fue el único local de la “movida de los 80” que apareció en la calle Negrita, “El Bar.” Para el uso de nuevos grupos sociales aparecieron el pub Jamaica, y el Oliver en las cercanías, un local exquisito, que se mantiene discretamente.



 De los bares de mas abajo y desaparecidos, fue de gran interés popular el de Domingo Vaquero. “El Paso”, abrió en los últimos años sesenta junto a las carteleras del cine Crisfel. Café, bar, restaurante y casa de los bocadillos de calamares. De sus preparadas tapas, dos han pasado al patrimonio colectivo de la gastronomía alcazareña, los “tigres” y “los huevos al paso”. El local supuso un hito en la calle durante muchos años, ahora reabierto nuevamente en estos días por una nueva firma, a la que se le augura gran éxito por su cocina.

Si de los bares podemos hacer un recorrido largo, no es el caso de las casas de comida y restaurantes, que se ajustan en la calle al conocido Acapulco y el bar Alcazar que atienden a la clientela con platos rápidos y suculentos. Tanto los grandes restaurantes de la calle, como los grandes hoteles se concentraron en la zona más cercana a la Estación, la Avenida de Juan Álvarez Guerra, en la que han convivido verdaderas cocinas de palacio y lo que hoy llamamos “hoteles con encanto”. En los aledaños de la calle, la antigua fonda Orsini y el celebre e inexplicablemente desaparecido Hotel Don Quijote, que durante casi cincuenta años supuso un hito en la hostelería de toda la comarca y origen del desarrollo hotelero de Alcazar.

            La calle ha estado plagada de locales de ocio que le proporcionan una situación privilegiada, apoyándose unos en otros, hasta conseguir a veces que durante toda la noche hubiera personas por la calle. Por eso el Ayuntamiento puso una pareja de guardias municipales nocturnos. Los cines fueron un símbolo de la calle, el Crisfel antiguamente teatro Moderno, que funciono desde 1909 en ambos sentidos hasta el final de los noventa. El cine Alcázar, un local de larga trayectoria que durante muchos años en su minúsculo escenario dio conciertos y presentó todo tipo de actos públicos; convertían la calle en un salón social por excelencia los sábados y los domingos. Miles de personas cada fin de semana se daban cita a las puertas de los cines y sus alrededores. Allí todas las generaciones alcazareñas del siglo XX aprendieron a conocer por el celuloide muchos aspectos de la vida y del mundo. Los más jóvenes y fogosos aprovecharon las últimas filas para ver bien la película. Durante muchas décadas el cine fue una nueva ventana al exterior de la población que tuvieron los alcazareños, sin filtrarse nada por los estacionistas, que a veces lo contaban todo a su mejor conveniencia. Igual se pudo disfrutar la mítica, “39 escalones”, de los treinta, “Ben-Hur” en los sesenta, o “Canciones para después de una guerra” en los últimos setenta. Las películas fueron hitos en la vida de las generaciones jóvenes que abarrotaban las salas, incluso cuando llegaron a convivir cuatro cines.





            Junto a los cines como príncipe del ocio local estaba el Casino. En un edificio que hasta los años cuarenta albergaba al Circulo de la Unión, un centro de vocación liberal que ocupo la calle en un edificio construido al efecto a principios de siglo. El Casino en su fusión con el Círculo, imprime el estilo del desaparecido Casino Principal, apareciendo el Casino de Alcazar. Fue un centro muy activo, con biblioteca, repostería  que daba, bodas y banquetes, con una exquisita terraza que balconeó el paseo de la Castelar durante muchos años. Conferencias, conciertos y sesiones de baile, guateques y similares. Cuando las dificultades económicas del sostenimiento de la sociedad aparecieron, el casino abrió a todo tren el acceso al juego con un Bingo, que ocupando los salones de la planta alta, le dio cierto carácter novelesco y cinematográfico a las noches de juego alcazareñas. Aun así se compartió muchos años el salón con lo que dieron en llamarse los bailes de la Pascua, que no fue otra cosa que la celebración de los carnavales entre 1940 y 1980. Del juego, a golpe de billar, de ajedrez, domino… llego luego la educación universitaria. Se instaló la UNED y hoy se mantiene con gran desarrollo, dándole un nuevo carácter a la calle en las dos últimas décadas.

Guateques, bailes, karaokes o discotecas se organizaban en cualquier sitio, de manera ocasional cuando llegaban los carnavales. El resto del año se concentraban en el casino y los locales de la calle Ferrocarril; principalmente el Impala, que tuvo otros muchos nombres, o el  Borsalino que igualmente acumulo nombres y usos. El Arco y sus conciertos, por señalizar los de última ola, en esa calle. El Brillante de efímera existencia en la plaza de Villajos. Antes del baile partida de futbolín o de billar. Al salir del baile, caña y alón de pollo o salchicha como cena. Todos los locales están llenos de recuerdos del imaginario colectivo y la vida de los alcazareños y alcazareñas se ha construido llorando y riendo por sus rincones.

Junto a los locales de ocio,  estaban los del vicio, por ejemplo, que decía Bonifacio, los del tabaco. La expendeduría nº 3, o “la tercena” donde se compraron Ideales, Ganador, Celtas, Ducados, Bisonte…..entre las cajetillas y también olorosos cigarros puros y picadura para liar o atacar las pipas. Se fumaba en los bares, cafés, restaurantes, fue una costumbre social, que facilitó las relaciones personales. Una mala practica personal con la que cada cual ha luchado en la intimidad. En la Castelar se cerraron muchos tratos humanos comerciales y de todo tipo, con un cigarrillo como clave. Se acercaron muchas personas a otras, incluso de manera histórica, pidiendo fuego…
A última hora de la noche o primera del día, saliendo de la Fonda de la Estación, fumaban juntas dos o a veces tres personas. Paradas o bajando la calle, Fumaban y recitaban versos hacia la oscuridad del pueblo. Unos venían de Madrid. Otros solo se habían reunido en aquella especie de “bar de guardia” para hablar y beber. Otros se habían encontrado con gente que cruzaba España, de una punta a otra. Otros, eran los poetas modernistas alcazareños, que hubiera intitulado Valle Inclan, en unas Luces de Bohemia manchegas. 


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Cuarto Brindis

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Cuarto brindis por el primer centenario de la calle Emilio Castelar.
El alcalde Manuel Guerrero Lafuente convoco a la corporación el cinco de abril de 1877 al mediodía, para ir a la estación ferroviaria a tributar homenaje a S.M. el Rey que pasaría a la una de la tarde. En ella esperaban a S.M. El Excmo. Sr. Capitán General del Distrito de Castilla la Nueva, Don Fernando Primo de Ribera, el Diputado a Cortes por el distrito electoral Conde de las Alhucemas, el Gobernador Civil de la Provincia de Toledo, el Juez de 1º Instancia y Procurador Fiscal de esta capital, los curas párrocos y el Registrador de la Propiedad, junto a muchos vecinos.

 En pocos minutos llego el tren de Córdoba con dirección a Madrid, tocando los músicos la marcha Real  e inmediatamente después las autoridades pasaron al salón regio a cumplimentar al Monarca y la Señora Princesa de Asturias. El diputado a Cortes señor Conde de las Alhucemas  pidió a su S.M. que concediera a la villa el titulo de “Ciudad” en atención a la importancia que ha tenido siempre tanto por su antigüedad cuanto por su posición geográfica y vecindario, cuya gracia se digno S.M. en conceder inmediatamente, dando enseguida un viva el Rey  y otro a la Ciudad de Alcázar de San Juan por el Excmo. Sr. Capitán General, que fueron contestados calurosamente por todos.
Enseguida de dar los vivas, el Sr. Alcalde, Manuel Guerrero y Lafuente, dio las gracias a S.M. por la concesión que se había dignado dispensar al pueblo. Despidiendo a S.M. desde la puerta del coche regio,  a la vez  que lo hacia la multitud a quien saludaba con signos afirmativos, partiendo el tren en medio de los acordes de la marcha real, los atronadores cohetes y vivas repetidos.






Este suceso es un hito, el punto de partida de la concepción de una nueva vida en Alcazar de San Juan. Le da a la ciudad un carácter especial, generando y sustentado en cierto regionalismo subyacente, que no supieron expresar en aquellos años. Así se fueron fabricando los elementos propios de una pequeña metrópolis “a la manchega”. En 1888 se tomó una decisión importante, que fue ensanchar la calle de San Andrés, los carros que subían y bajaban por ella camino de la estación, tenían sus apreturas y era importante sacrificar el pueblo en virtud del progreso.

Este proceso de similitud con lo madrileño, se acentuó varias veces a lo largo del siglo, convirtiéndose la calle en unos Grandes Almacenes vivientes, que durante años fueron punto de referencia comercial de una amplia comarca interprovincial. Así los vecinos de la calle tuvieron siempre la sensación de vivir a mitad de camino, entre el interior de unos grandes almacenes y el gran salón social de una población.
Nunca falto en la calle sección de oportunidades, pero eso no atrajo especialmente a los vecinos de Alcazar y los pueblos cercanos, sino que por el contrario fue la variedad de todo tipo de ofertas de novedad. Este modelo hoy esta en un proceso de cambio vertiginoso, el acortamiento de los tiempos de viaje, la comodidad y la sensación de independencia que da el desplazamiento particular; son factores que junto a otros, como la oferta de ocio, la aventura y la diversificación hostelera, hacen que los viajes o el turismo de compras este diversificando sus destinos. Entre estos la calle Emilio Castelar, es un competidor muy debilitado.
Si esta oportunidad de negocio y desarrollo de la ciudad, no hubiera sido durante diez décadas una estructura económica relevante, no hubiera tenido ahora ninguna importancia. Pero entre otros observadores, me temo que la realidad es bien distinta. La Castelar, no solo ha sido un cierto sostén económico de Alcazar, sino la espina dorsal de eso que hemos venido llamando La Mancha Moderna, del progreso, el desarrollo, y cierto regionalismo latente.
 Una Mancha a la que le ha costado despertarse más de doscientos años. Donde las generaciones hoy se sienten, ciudadanos de La Mancha y del mundo. Donde se acometen proyectos que no solo tienen que ver con las riquezas naturales, en ese papel antiguo que tuvo esta tierra. Donde las mujeres y los hombres comparten la ilusión por el desarrollo de su tierra y apuestan personalmente todo esfuerzo para ello. La Castelar, como expresión de la modernidad ha sido para todo este proceso, un símbolo, una puerta; presente en la búsqueda de recursos fuera de La Mancha; muchas veces en las vendimias de la vieja Europa. Presente en los pasos hacia la comercialización de nuestros productos, la formación de los jóvenes, la llegada de nuevos conceptos, oportunidades y nuevas formas de ver el mundo.  

Se han vivido momentos muy interesantes para la calle, y por extensión para su zona de influencia, que fue la comarca de La Mancha Centro. Determinaremos, un “Periodo de Configuración” de los primeros años; con la alegría y esplendor de las décadas de los veinte y los treinta. Un Segundo “Periodo de Recogimiento”, caracterizado por el miedo, la tristeza, las dificultades y el hambre, entre la mitad de los treinta a los primeros cincuenta. Si bien “La Castelar” en aquel momento por su cercanía a la estación, las mercancías, los muelles, y el estraperlo, no dejo de ser una calle concurrida y lugar de encuentro de los que venían y los que iban con los que estaban de siempre en el pueblo, entrando y sacando paquetes, escondidos en los huecos de los trenes, jugándose la vida, la mas de las veces. Estos luego se cambiaban o se vendían, incluso algunos tuvieron su puesto de “change” en la misma Castelar.  Los cines, el casino y los comercios la mantuvieron viva en todos los momentos. Los bares y especialmente las tabernas, eran los lugares frecuentados por excelencia por todo tipo de estraperlistas, vendedores de peines y corbatas, charlatanes y en general sacacuartos y “engañamuchachos” que se acercaban a reflujo de las nominas fijas de la RENFE y sus empresas aledañas. 
Con la llegada de los años cincuenta se incrementa un fenómeno que le da un nuevo impulso a la calle. “El Periodo del Paseo”.  Si, en todos los pueblos de La Mancha, las jóvenes, endomingadas, pasean por las carreteras de entrada al pueblo, en Alcázar se pasea por la calle Castelar y los andenes de la estación. Junto a estos paseos, vuelven a incrementarse las cuestaciones, que ya se pusieron en marcha en los años veinte con el día de la Flor recogiendo fondos para los soldados en Melilla. En los cincuenta, con un intento de sonrisa en todos los labios, se pide para la Cruz Roja, el Asilo, los mutilados de guerra… Las mesas de petición se llenan de jóvenes engalanadas y “moscones” que pasan mirando los escaparates, o esperan en la ventana de un café cercano.  El paseo se masifica y la actividad fundamental de la calle, durante cincuenta años mas hace obligado, ir a la Castelar en día de fiesta o de asueto, para ver y ser visto, para dar constancia de la existencia y de lo común. Esto no significa que hubiera una comunicación amplia, entre las gentes, ni siquiera entre los de la misma generación, rama, pensamiento o condición. En los primeros años de este proceso se definieron lugares para determinadas castas sociales, donde otros no podían estar, o simplemente no estaban, porque se consideraban fuera de lugar. Cada tramo era paseado por un patrón social distinto, utilizando aceras y horarios distintos, que se observaban a la finalización de las misas de Santa Quiteria o en la configuración de los públicos de las sesiones de cine dominical. La primera con menos glamour que la segunda, entre los jóvenes, y la tercera la mas señorial, quedando la última en la maraña de lo prohibido, lo perverso y lo forastero, al estilo de las películas americanas del momento. 




El Desarrollismo de los años sesenta que se señaliza en Alcázar con el Polígono Alces en 1962, hace hoy cincuenta años, marca otra etapa en todos los sentidos, la Seat, coloca sus cien primeros vehículos en la ciudad y el aumento del trafico da lugar a la aparición de los guardias de la porra, que con el casco blanco van ordenando el paso de vehículos y peatones. El suelo de los bares, se llenas de papeletas verdes y azules, de boletos de ayuda al Festival de Folklore que ya estaba en activo casi una década. La nueva juventud local, ya disponía de las primeras guitarras eléctricas y llegaban a los kioscos la revistas juveniles, la radio desde Socuellamos pone nuevas músicas y las nuevas ideas también vinieron subidas en el tren. Una generación, la de los “niños de la guerra” se preocupa por cuestiones artísticas, cinematográficas, religiosas….quieren conocer lo que no conocieron en su juventud y están impacientes a la escucha de nuevas transformaciones sociales que comienzan a nacer alrededor de las parroquias, los centros de trabajo y los de estudio. Al finalizar la década ya cuenta Alcázar con dos salas de fiesta joven y aunque tarde, llego también el Mayo francés. En los primeros setenta ya se conocía con amplitud que significaba el mayo del 68, los nuevos clubes juveniles locales divulgaban sus ideales y se hacían corros en la Castelar para comentar los sucesos y las noticias del nuevo mundo joven. Durante esta década la transformación de la vida en la calle y sus lugares fue imponente, el lugar reservado a algunos, fue utilizado por todos, mezclándose los vecinos en las terrazas de los cafés y en los salones de los bares.
En los setenta, la generación, nacida en los cincuenta, se hizo con la calle. Cierto cambio social de la vida cotidiana, se hizo notar en la Castelar, perfumandose de nuevos olores políticos, sindicales, ciudadanos y vecinales. En los ochenta con los Ayuntamientos Democráticos, la Castelar en su función básica de comercio y lugar de encuentro se prolonga hacia la avenida de Herencia, se transforma su apariencia y se peatonaliza. Los jóvenes toman literalmente la calle para vivir su ocio nocturno en los bares de las cercanías. Desaparece de la calle un vecindario que va retirándose de la vida social y pública o bien de esta espina dorsal del pueblo, como lugar de encuentro que había frecuentado y que dejó de interesarle.