20121101

Cuarto Brindis

-->
Cuarto brindis por el primer centenario de la calle Emilio Castelar.
El alcalde Manuel Guerrero Lafuente convoco a la corporación el cinco de abril de 1877 al mediodía, para ir a la estación ferroviaria a tributar homenaje a S.M. el Rey que pasaría a la una de la tarde. En ella esperaban a S.M. El Excmo. Sr. Capitán General del Distrito de Castilla la Nueva, Don Fernando Primo de Ribera, el Diputado a Cortes por el distrito electoral Conde de las Alhucemas, el Gobernador Civil de la Provincia de Toledo, el Juez de 1º Instancia y Procurador Fiscal de esta capital, los curas párrocos y el Registrador de la Propiedad, junto a muchos vecinos.

 En pocos minutos llego el tren de Córdoba con dirección a Madrid, tocando los músicos la marcha Real  e inmediatamente después las autoridades pasaron al salón regio a cumplimentar al Monarca y la Señora Princesa de Asturias. El diputado a Cortes señor Conde de las Alhucemas  pidió a su S.M. que concediera a la villa el titulo de “Ciudad” en atención a la importancia que ha tenido siempre tanto por su antigüedad cuanto por su posición geográfica y vecindario, cuya gracia se digno S.M. en conceder inmediatamente, dando enseguida un viva el Rey  y otro a la Ciudad de Alcázar de San Juan por el Excmo. Sr. Capitán General, que fueron contestados calurosamente por todos.
Enseguida de dar los vivas, el Sr. Alcalde, Manuel Guerrero y Lafuente, dio las gracias a S.M. por la concesión que se había dignado dispensar al pueblo. Despidiendo a S.M. desde la puerta del coche regio,  a la vez  que lo hacia la multitud a quien saludaba con signos afirmativos, partiendo el tren en medio de los acordes de la marcha real, los atronadores cohetes y vivas repetidos.






Este suceso es un hito, el punto de partida de la concepción de una nueva vida en Alcazar de San Juan. Le da a la ciudad un carácter especial, generando y sustentado en cierto regionalismo subyacente, que no supieron expresar en aquellos años. Así se fueron fabricando los elementos propios de una pequeña metrópolis “a la manchega”. En 1888 se tomó una decisión importante, que fue ensanchar la calle de San Andrés, los carros que subían y bajaban por ella camino de la estación, tenían sus apreturas y era importante sacrificar el pueblo en virtud del progreso.

Este proceso de similitud con lo madrileño, se acentuó varias veces a lo largo del siglo, convirtiéndose la calle en unos Grandes Almacenes vivientes, que durante años fueron punto de referencia comercial de una amplia comarca interprovincial. Así los vecinos de la calle tuvieron siempre la sensación de vivir a mitad de camino, entre el interior de unos grandes almacenes y el gran salón social de una población.
Nunca falto en la calle sección de oportunidades, pero eso no atrajo especialmente a los vecinos de Alcazar y los pueblos cercanos, sino que por el contrario fue la variedad de todo tipo de ofertas de novedad. Este modelo hoy esta en un proceso de cambio vertiginoso, el acortamiento de los tiempos de viaje, la comodidad y la sensación de independencia que da el desplazamiento particular; son factores que junto a otros, como la oferta de ocio, la aventura y la diversificación hostelera, hacen que los viajes o el turismo de compras este diversificando sus destinos. Entre estos la calle Emilio Castelar, es un competidor muy debilitado.
Si esta oportunidad de negocio y desarrollo de la ciudad, no hubiera sido durante diez décadas una estructura económica relevante, no hubiera tenido ahora ninguna importancia. Pero entre otros observadores, me temo que la realidad es bien distinta. La Castelar, no solo ha sido un cierto sostén económico de Alcazar, sino la espina dorsal de eso que hemos venido llamando La Mancha Moderna, del progreso, el desarrollo, y cierto regionalismo latente.
 Una Mancha a la que le ha costado despertarse más de doscientos años. Donde las generaciones hoy se sienten, ciudadanos de La Mancha y del mundo. Donde se acometen proyectos que no solo tienen que ver con las riquezas naturales, en ese papel antiguo que tuvo esta tierra. Donde las mujeres y los hombres comparten la ilusión por el desarrollo de su tierra y apuestan personalmente todo esfuerzo para ello. La Castelar, como expresión de la modernidad ha sido para todo este proceso, un símbolo, una puerta; presente en la búsqueda de recursos fuera de La Mancha; muchas veces en las vendimias de la vieja Europa. Presente en los pasos hacia la comercialización de nuestros productos, la formación de los jóvenes, la llegada de nuevos conceptos, oportunidades y nuevas formas de ver el mundo.  

Se han vivido momentos muy interesantes para la calle, y por extensión para su zona de influencia, que fue la comarca de La Mancha Centro. Determinaremos, un “Periodo de Configuración” de los primeros años; con la alegría y esplendor de las décadas de los veinte y los treinta. Un Segundo “Periodo de Recogimiento”, caracterizado por el miedo, la tristeza, las dificultades y el hambre, entre la mitad de los treinta a los primeros cincuenta. Si bien “La Castelar” en aquel momento por su cercanía a la estación, las mercancías, los muelles, y el estraperlo, no dejo de ser una calle concurrida y lugar de encuentro de los que venían y los que iban con los que estaban de siempre en el pueblo, entrando y sacando paquetes, escondidos en los huecos de los trenes, jugándose la vida, la mas de las veces. Estos luego se cambiaban o se vendían, incluso algunos tuvieron su puesto de “change” en la misma Castelar.  Los cines, el casino y los comercios la mantuvieron viva en todos los momentos. Los bares y especialmente las tabernas, eran los lugares frecuentados por excelencia por todo tipo de estraperlistas, vendedores de peines y corbatas, charlatanes y en general sacacuartos y “engañamuchachos” que se acercaban a reflujo de las nominas fijas de la RENFE y sus empresas aledañas. 
Con la llegada de los años cincuenta se incrementa un fenómeno que le da un nuevo impulso a la calle. “El Periodo del Paseo”.  Si, en todos los pueblos de La Mancha, las jóvenes, endomingadas, pasean por las carreteras de entrada al pueblo, en Alcázar se pasea por la calle Castelar y los andenes de la estación. Junto a estos paseos, vuelven a incrementarse las cuestaciones, que ya se pusieron en marcha en los años veinte con el día de la Flor recogiendo fondos para los soldados en Melilla. En los cincuenta, con un intento de sonrisa en todos los labios, se pide para la Cruz Roja, el Asilo, los mutilados de guerra… Las mesas de petición se llenan de jóvenes engalanadas y “moscones” que pasan mirando los escaparates, o esperan en la ventana de un café cercano.  El paseo se masifica y la actividad fundamental de la calle, durante cincuenta años mas hace obligado, ir a la Castelar en día de fiesta o de asueto, para ver y ser visto, para dar constancia de la existencia y de lo común. Esto no significa que hubiera una comunicación amplia, entre las gentes, ni siquiera entre los de la misma generación, rama, pensamiento o condición. En los primeros años de este proceso se definieron lugares para determinadas castas sociales, donde otros no podían estar, o simplemente no estaban, porque se consideraban fuera de lugar. Cada tramo era paseado por un patrón social distinto, utilizando aceras y horarios distintos, que se observaban a la finalización de las misas de Santa Quiteria o en la configuración de los públicos de las sesiones de cine dominical. La primera con menos glamour que la segunda, entre los jóvenes, y la tercera la mas señorial, quedando la última en la maraña de lo prohibido, lo perverso y lo forastero, al estilo de las películas americanas del momento. 




El Desarrollismo de los años sesenta que se señaliza en Alcázar con el Polígono Alces en 1962, hace hoy cincuenta años, marca otra etapa en todos los sentidos, la Seat, coloca sus cien primeros vehículos en la ciudad y el aumento del trafico da lugar a la aparición de los guardias de la porra, que con el casco blanco van ordenando el paso de vehículos y peatones. El suelo de los bares, se llenas de papeletas verdes y azules, de boletos de ayuda al Festival de Folklore que ya estaba en activo casi una década. La nueva juventud local, ya disponía de las primeras guitarras eléctricas y llegaban a los kioscos la revistas juveniles, la radio desde Socuellamos pone nuevas músicas y las nuevas ideas también vinieron subidas en el tren. Una generación, la de los “niños de la guerra” se preocupa por cuestiones artísticas, cinematográficas, religiosas….quieren conocer lo que no conocieron en su juventud y están impacientes a la escucha de nuevas transformaciones sociales que comienzan a nacer alrededor de las parroquias, los centros de trabajo y los de estudio. Al finalizar la década ya cuenta Alcázar con dos salas de fiesta joven y aunque tarde, llego también el Mayo francés. En los primeros setenta ya se conocía con amplitud que significaba el mayo del 68, los nuevos clubes juveniles locales divulgaban sus ideales y se hacían corros en la Castelar para comentar los sucesos y las noticias del nuevo mundo joven. Durante esta década la transformación de la vida en la calle y sus lugares fue imponente, el lugar reservado a algunos, fue utilizado por todos, mezclándose los vecinos en las terrazas de los cafés y en los salones de los bares.
En los setenta, la generación, nacida en los cincuenta, se hizo con la calle. Cierto cambio social de la vida cotidiana, se hizo notar en la Castelar, perfumandose de nuevos olores políticos, sindicales, ciudadanos y vecinales. En los ochenta con los Ayuntamientos Democráticos, la Castelar en su función básica de comercio y lugar de encuentro se prolonga hacia la avenida de Herencia, se transforma su apariencia y se peatonaliza. Los jóvenes toman literalmente la calle para vivir su ocio nocturno en los bares de las cercanías. Desaparece de la calle un vecindario que va retirándose de la vida social y pública o bien de esta espina dorsal del pueblo, como lugar de encuentro que había frecuentado y que dejó de interesarle.

No hay comentarios:

Publicar un comentario