20121103

Segundo Brindis

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Segundo brindis por el primer centenario de la calle Emilio Castelar.

El uso de la Calle Emilio Castelar, desde sus primeros años no fue al estilo de otras; si bien por ella circularon como carretera todo tipo de vehículos camino de la estación, o hacia Campo de Criptana, su intención no era la de ser lugar de paso, sino que se centraba en tres aspectos; los negocios, el comercio y el ocio.
A cada hora del día ha tenido y tiene un tipo de vida distinta. Por la mañana es calle de los negocios, haciendo que el paso por ella se relacione con la banca y la cercanía de las instituciones, que han tenido en sus aledaños durante largos periodos de este centenario, sus servicios; el Registro de la Propiedad, la oficina de Contribuciones, Notaria, Despachos de Abogados, Gestorías, Comisaría...y entre todos ellos sostenían, durante ochenta años, una improvisada estación de autobuses que enlazaba el ferrocarril con los pueblos de la comarca.
 Desde la década de los años veinte y hasta bien entrados los ochenta, los autobuses, “coches” o “las viajeras” aparcaban y los viajeros se apeaban en el paseo de la estación, mezclándose con los marineros de Cartagena que en con sus trenes militares lo llenaban de petates blancos. Las mocitas bien de los pueblos venían por la mañana, por si había a quien echar el ojo, las “coconuts” de los años veinte y treinta pedían fuego a los caballeros a la puerta de sus bares de camareras y muchos “pollos” locales picoteaban el paseo sentándose en los veladores de sus inmensas terrazas observando el panorama y haciendo apuestas.
Al mediodía un rió de ferroviarios y trabajadores de “Los Devis” ocupaba brevemente el paseo en andares de monos azules de grasa y carbonilla o en bicicletas que ocupaban la calzada durante unos minutos al ritmo de las sirenas de la fabrica y pitidos de las locomotora.
Si en la mañana eran los negocios, el rito del aperitivo o el “chato” transformaban la calle y las caras de sus viandantes. El espíritu que recorría la calle, a última hora de la mañana y especialmente por la tarde era de todo tipo de compradores. Recorrían los Grandes Almacenes que supone la Castelar. Comercios de decoración, regalos, ópticas, zapaterías, mercerías, corseterías, ferreterías, librerías y papelerías, joyerías, sombrererías, tejidos, modas de señora y caballero, jugueterías, mobiliario, fotografía, peluquerías, fruterías, imprentas, carnicerías, ultramarinos. Locales de apuestas y venta de loterías, farmacias, médicos, perfumerias…


Era una calle en la que se podía comprar de todo, en una planificación inexistente que llenaba cada década el hueco correspondiente a las nuevas necesidades de los compradores de toda una comarca, por eso aparecieron negocios novedosos, como las agencias de viajes, los comercios de telefonía o los centros de belleza de los últimos años.
A ultima hora de la tarde el ambiente de la calle se agolpaba sobre otros locales, mas de ocio, cafés, bares y tabernas. El Casino, los cines, algún bar nocturno y las terrazas. Junto a ellos destacaron pastelerías, churrerías y establecimientos de frutos secos, pipas y alcahuetas.

Para dar una idea de la importancia de este fenómeno, daremos un repaso por un aspecto tan popular como comer y beber alrededor de la calle. Tenemos los establecimientos de alimentación clásicos, ultramarinos y alimentación, Casa Damián, La Carmina, Fuentes, Montoya o Carreño. Otros especializados como las carnicerías de Ortega y Martín o diversas fruterías. Luego están los del extenso capitulo de tabernas, bares y cafeterías y algún restaurante,  que requieren una atención especial en su momento.
Pero no todo se reduce a este aspecto tan formal de las grandes tiendas, junto a ellas han convivido varios paraísos de la gula manchega.  Los abuelos que apretaban la mano de los nietos para cruzar las aceras, cuando pasaban por la calle los “fardones” en coche a toda velocidad y los niños abrían los ojos desmesuradamente en los escaparates de colores y brillos, esperaban la llegada del domingo para hacer un paseo por sus estaciones. Un paraíso con varias estaciones, “La tienda de la Teresa” en el comienzo de la calle junto a la plaza. Allí se compraban caretas de cartón en los carnavales, las pastillas de leche de burra y los chicles Dunkin, con los que se hacían grandes globos para impresionar a las chicas de la otra acera de la calle. La siguiente parada era la Fortuna, donde se podían comprar “indios de a peseta” y tebeos del Jabato y Pumby. Entre estas, había una estación intermedia tan importante como el “Kiosco de la Benita”. Pero a este ya se acercaban más mozalbetes, a comprar cigarrillos sueltos, cambiar novelas de Lafuente Estefanía, actividad que aun pervive en Alcázar, y comprar caramelos Sacis. El caso era merodear el kiosco y poder ver las portadas de las revistas en sus escaparates, especialmente en la década de los setenta. Frente al emblemático kiosco el estaba el puesto callejero de una cigarrera o cerillera, que bajo su cajón de madera verde y cristal guardaba para la venta objetos de caballero, para los chicos mayores, piedras para mechero y otras menudencias hoy impensables como las recargas de gasolina de los encendedores mas modernos. Después los chicos dejaban de ser chicos y entretenían mucho tiempo en los billares, jugando al futbolín  y las maquinas electromecánicas de pinball.

Las chicas tenían pasión por las pastelerías y competían entre los pestiños y los pasteles de chocolate de las dos que durante mucho tiempo presidieron la calle, la Rosa, hoy ejemplo de establecimiento y La Glacial. Mientras se comían los dulces, comentaban las carteleras de los cines y las clasificaciones morales de las películas. Cada una de las pastelerías represento durante mucho tiempo una forma de vida y tenían entre los adultos una clientela fija. Las tardes de gran fiesta, fueron los churros, otros grandes protagonistas. Si bien la churrería de Romero junto a la ermita vendía sus porras por la mañana y solo en algunas ocasiones por la tarde. Camacho abrió muchas tardes y sirvió chocolate o café a la parroquia que disfrutaba y se calentaba en los fríos del invierno. Los que no fueron partidarios de los churros, en este pueblo hay gustos para todo, se calentaban las manos, la boca y estomago en las cercanías adquiriendo, castañas asadas, patatas o boniatos. Para atender esta necesidad de la calle, llegaron a convivir tres establecimientos ambulantes, el bidón del kiosco del Cristo o de la Benita, el Barco Castañero y la Maquina del Tren de Irineo o “Eloy” que anuncia siempre la llegada del tiempo frió saliendo a la calle el día de los santos.
En primavera se recogía la maquina del tren y Eloy sacaba su barquillera colocando el negocio en la placeta del Cristo de Villajos. Allí se le daba la vuelta a la ruleta para que la suerte te diera el número de barquillos que correspondían a la tirada, en un juego inocente y misterioso. A veces el número de lo que marcaba la ruleta se multiplicaba en manos de Eloy, que si te tocaban pocos, decía, “es que hoy la ruleta los da dobles”.
En verano Eloy compartía en los mejores helados de la localidad con Alfredin, ambas producciones fabricadas en Alcazar, y si bueno era el turrón en uno, no era menos agradable el mantecado en el otro, o los increíbles “coyotes” “polos” caseros...
Pero las más afamadas chucherías locales dejando de un lado las Tortas de Alcazar, fueron los frutos secos, los “puñaos” y las pipas. La chucheria de los adultos, tenían muy ocupadas a las familias Arias y Calcerrada y a otras muchas familias locales que trabajaban en estas industrias, en los tostaderos, en los transportes, en el empaquetado de las pipas en bolsas que se cerraban a la llama de una vela en las mesas camilla. Esas tardes en la mesa de al lado alguien hacia guantes o estuches o pantalones y camisas para ayudar en la familia. 

Los domingos se paseaba por la Castelar para comprar “el puñao”, un revuelto de alcahuetas y garbanzos torraos y algunas pipas, con que alegraban la tarde de muchas casas al calor de la radio y un vaso de vino blanco.

4 comentarios:

  1. Con la costumbre de las pipas de los domingos,lo has bordao!

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  2. Te ha faltao "el menudillo" que algunas veces te lo ponían en un gorro de papel del chicle "Bazoka".

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  3. Como anécdota, cuando alquitranaron por primera vez el Paseo de la Estación, se hizo con alquitrán puro (no se si es la palabra técnicamente correcta) en estado casi liquido, a tal punto que, en pleno verano y en ese estado, los chicos utilizando una de las puntas de un palo lo metias en el alquitrán y dando vueltas al mismo nos hacíamos con una estupenda "cachiporra". Hasta tal punto aquello parecía un lodazal negro, que si un pájaro se posaba ya no podía remontar el vuelo y allí moría. No recuerdo cuanto tiempo estuvo cerrado el paso, pero fueron muchos días. Saludos

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  4. La Benita, como bien dices, vendía cigarros sueltos, pero ojo al dato que te doy, un Celta corto (había cortos y largos) lo vendia por treinta céntimos, pero si le pedias tres, los diez céntimos restantes se negaba a devolverlos y en su lugar te daba un Sacy (caramelo mentolado) que tú mencionas.

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