Segundo brindis por el primer centenario de la calle Emilio Castelar.
El uso de la
Calle Emilio Castelar, desde sus primeros años no fue al estilo de otras; si
bien por ella circularon como carretera todo tipo de vehículos camino de la
estación, o hacia Campo de Criptana, su intención no era la de ser lugar de
paso, sino que se centraba en tres aspectos; los negocios, el comercio y el
ocio.
A cada hora
del día ha tenido y tiene un tipo de vida distinta. Por la mañana es calle de
los negocios, haciendo que el paso por ella se relacione con la banca y la
cercanía de las instituciones, que han tenido en sus aledaños durante largos
periodos de este centenario, sus servicios; el Registro de la Propiedad, la
oficina de Contribuciones, Notaria, Despachos de Abogados, Gestorías,
Comisaría...y entre todos ellos sostenían, durante ochenta años, una
improvisada estación de autobuses que enlazaba el ferrocarril con los pueblos
de la comarca.
Desde la década de los años veinte y hasta
bien entrados los ochenta, los autobuses, “coches” o “las viajeras” aparcaban y
los viajeros se apeaban en el paseo de la estación, mezclándose con los
marineros de Cartagena que en con sus trenes militares lo llenaban de petates
blancos. Las mocitas bien de los pueblos venían por la mañana, por si había a
quien echar el ojo, las “coconuts” de los años veinte y treinta pedían fuego a
los caballeros a la puerta de sus bares de camareras y muchos “pollos” locales
picoteaban el paseo sentándose en los veladores de sus inmensas terrazas observando
el panorama y haciendo apuestas.
Al mediodía un
rió de ferroviarios y trabajadores de “Los Devis” ocupaba brevemente el paseo
en andares de monos azules de grasa y carbonilla o en bicicletas que ocupaban
la calzada durante unos minutos al ritmo de las sirenas de la fabrica y pitidos
de las locomotora.
Si en la
mañana eran los negocios, el rito del aperitivo o el “chato” transformaban la
calle y las caras de sus viandantes. El espíritu que recorría la calle, a
última hora de la mañana y especialmente por la tarde era de todo tipo de
compradores. Recorrían los Grandes Almacenes que supone la Castelar. Comercios
de decoración, regalos, ópticas, zapaterías, mercerías, corseterías,
ferreterías, librerías y papelerías, joyerías, sombrererías, tejidos, modas de
señora y caballero, jugueterías, mobiliario, fotografía, peluquerías,
fruterías, imprentas, carnicerías, ultramarinos. Locales de apuestas y venta de
loterías, farmacias, médicos, perfumerias…
Era una calle
en la que se podía comprar de todo, en una planificación inexistente que
llenaba cada década el hueco correspondiente a las nuevas necesidades de los
compradores de toda una comarca, por eso aparecieron negocios novedosos, como
las agencias de viajes, los comercios de telefonía o los centros de belleza de
los últimos años.
A ultima hora
de la tarde el ambiente de la calle se agolpaba sobre otros locales, mas de
ocio, cafés, bares y tabernas. El Casino, los cines, algún bar nocturno y las
terrazas. Junto a ellos destacaron pastelerías, churrerías y establecimientos
de frutos secos, pipas y alcahuetas.
Para dar una
idea de la importancia de este fenómeno, daremos un repaso por un aspecto tan
popular como comer y beber alrededor de la calle. Tenemos los establecimientos
de alimentación clásicos, ultramarinos y alimentación, Casa Damián, La Carmina,
Fuentes, Montoya o Carreño. Otros especializados como las carnicerías de Ortega
y Martín o diversas fruterías. Luego están los del extenso capitulo de
tabernas, bares y cafeterías y algún restaurante, que requieren una atención especial en su
momento.
Pero no todo
se reduce a este aspecto tan formal de las grandes tiendas, junto a ellas han
convivido varios paraísos de la gula manchega.
Los abuelos que apretaban la mano de los nietos para cruzar las aceras,
cuando pasaban por la calle los “fardones” en coche a toda velocidad y los
niños abrían los ojos desmesuradamente en los escaparates de colores y brillos,
esperaban la llegada del domingo para hacer un paseo por sus estaciones. Un
paraíso con varias estaciones, “La tienda de la Teresa” en el comienzo de la
calle junto a la plaza. Allí se compraban caretas de cartón en los carnavales,
las pastillas de leche de burra y los chicles Dunkin, con los que se hacían
grandes globos para impresionar a las chicas de la otra acera de la calle. La
siguiente parada era la Fortuna, donde se podían comprar “indios de a peseta” y
tebeos del Jabato y Pumby. Entre estas, había una estación intermedia tan
importante como el “Kiosco de la Benita”. Pero a este ya se acercaban más mozalbetes,
a comprar cigarrillos sueltos, cambiar novelas de Lafuente Estefanía, actividad
que aun pervive en Alcázar, y comprar caramelos Sacis. El caso era merodear el
kiosco y poder ver las portadas de las revistas en sus escaparates,
especialmente en la década de los setenta. Frente al emblemático kiosco el
estaba el puesto callejero de una cigarrera o cerillera, que bajo su cajón de
madera verde y cristal guardaba para la venta objetos de caballero, para los
chicos mayores, piedras para mechero y otras menudencias hoy impensables como
las recargas de gasolina de los encendedores mas modernos. Después los chicos
dejaban de ser chicos y entretenían mucho tiempo en los billares, jugando al
futbolín y las maquinas electromecánicas
de pinball.
Las chicas
tenían pasión por las pastelerías y competían entre los pestiños y los pasteles
de chocolate de las dos que durante mucho tiempo presidieron la calle, la Rosa,
hoy ejemplo de establecimiento y La Glacial. Mientras se comían los dulces,
comentaban las carteleras de los cines y las clasificaciones morales de las
películas. Cada una de las pastelerías represento durante mucho tiempo una
forma de vida y tenían entre los adultos una clientela fija. Las tardes de gran
fiesta, fueron los churros, otros grandes protagonistas. Si bien la churrería
de Romero junto a la ermita vendía sus porras por la mañana y solo en algunas
ocasiones por la tarde. Camacho abrió muchas tardes y sirvió chocolate o café a
la parroquia que disfrutaba y se calentaba en los fríos del invierno. Los que
no fueron partidarios de los churros, en este pueblo hay gustos para todo, se
calentaban las manos, la boca y estomago en las cercanías adquiriendo, castañas
asadas, patatas o boniatos. Para atender esta necesidad de la calle, llegaron a
convivir tres establecimientos ambulantes, el bidón del kiosco del Cristo o de
la Benita, el Barco Castañero y la Maquina del Tren de Irineo o “Eloy” que
anuncia siempre la llegada del tiempo frió saliendo a la calle el día de los
santos.
En primavera
se recogía la maquina del tren y Eloy sacaba su barquillera colocando el
negocio en la placeta del Cristo de Villajos. Allí se le daba la vuelta a la
ruleta para que la suerte te diera el número de barquillos que correspondían a
la tirada, en un juego inocente y misterioso. A veces el número de lo que
marcaba la ruleta se multiplicaba en manos de Eloy, que si te tocaban pocos,
decía, “es que hoy la ruleta los da dobles”.
En verano Eloy
compartía en los mejores helados de la localidad con Alfredin, ambas producciones
fabricadas en Alcazar, y si bueno era el turrón en uno, no era menos agradable
el mantecado en el otro, o los increíbles “coyotes” “polos” caseros...
Pero las más
afamadas chucherías locales dejando de un lado las Tortas de Alcazar, fueron
los frutos secos, los “puñaos” y las pipas. La chucheria de los adultos, tenían
muy ocupadas a las familias Arias y Calcerrada y a otras muchas familias
locales que trabajaban en estas industrias, en los tostaderos, en los
transportes, en el empaquetado de las pipas en bolsas que se cerraban a la
llama de una vela en las mesas camilla. Esas tardes en la mesa de al lado
alguien hacia guantes o estuches o pantalones y camisas para ayudar en la
familia.
Los domingos
se paseaba por la Castelar para comprar “el puñao”, un revuelto de alcahuetas y
garbanzos torraos y algunas pipas, con que alegraban la tarde de muchas casas
al calor de la radio y un vaso de vino blanco.
Con la costumbre de las pipas de los domingos,lo has bordao!
ResponderEliminarTe ha faltao "el menudillo" que algunas veces te lo ponían en un gorro de papel del chicle "Bazoka".
ResponderEliminarComo anécdota, cuando alquitranaron por primera vez el Paseo de la Estación, se hizo con alquitrán puro (no se si es la palabra técnicamente correcta) en estado casi liquido, a tal punto que, en pleno verano y en ese estado, los chicos utilizando una de las puntas de un palo lo metias en el alquitrán y dando vueltas al mismo nos hacíamos con una estupenda "cachiporra". Hasta tal punto aquello parecía un lodazal negro, que si un pájaro se posaba ya no podía remontar el vuelo y allí moría. No recuerdo cuanto tiempo estuvo cerrado el paso, pero fueron muchos días. Saludos
ResponderEliminarLa Benita, como bien dices, vendía cigarros sueltos, pero ojo al dato que te doy, un Celta corto (había cortos y largos) lo vendia por treinta céntimos, pero si le pedias tres, los diez céntimos restantes se negaba a devolverlos y en su lugar te daba un Sacy (caramelo mentolado) que tú mencionas.
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