Cuarto brindis por el primer centenario de la calle Emilio Castelar.
El alcalde
Manuel Guerrero Lafuente convoco a la corporación el cinco de abril de 1877 al
mediodía, para ir a la estación ferroviaria a
tributar homenaje a S.M. el Rey que pasaría a la una de la tarde. En ella
esperaban a S.M. El Excmo. Sr. Capitán General del Distrito de Castilla la
Nueva, Don Fernando Primo de Ribera, el Diputado a Cortes por el distrito
electoral Conde de las Alhucemas, el Gobernador Civil de la Provincia de
Toledo, el Juez de 1º Instancia y Procurador Fiscal de esta capital, los curas
párrocos y el Registrador de la Propiedad, junto a muchos vecinos.
En pocos
minutos llego el tren de Córdoba con dirección a Madrid, tocando los músicos la
marcha Real e inmediatamente después las
autoridades pasaron al salón regio a cumplimentar al Monarca y la Señora
Princesa de Asturias. El diputado a Cortes señor Conde de las Alhucemas pidió a su S.M. que concediera a la villa el
titulo de “Ciudad” en atención a la importancia que ha tenido siempre tanto por
su antigüedad cuanto por su posición geográfica y vecindario, cuya gracia se
digno S.M. en conceder inmediatamente, dando enseguida un viva el Rey y otro a la Ciudad de Alcázar de San Juan por
el Excmo. Sr. Capitán General, que fueron contestados calurosamente por todos.
Enseguida de dar los vivas, el Sr. Alcalde, Manuel
Guerrero y Lafuente, dio las gracias a S.M. por la concesión que se había
dignado dispensar al pueblo. Despidiendo a S.M. desde la puerta del coche
regio, a la vez que lo hacia la multitud a quien saludaba con
signos afirmativos, partiendo el tren en medio de los acordes de la marcha
real, los atronadores cohetes y vivas repetidos.
Este suceso es un hito, el punto de partida de la
concepción de una nueva vida en Alcazar de San Juan. Le da a la ciudad un
carácter especial, generando y sustentado en cierto regionalismo subyacente,
que no supieron expresar en aquellos años. Así se fueron fabricando los
elementos propios de una pequeña metrópolis “a la manchega”. En 1888 se
tomó una decisión importante, que fue ensanchar la calle de San Andrés, los
carros que subían y bajaban por ella camino de la estación, tenían sus
apreturas y era importante sacrificar el pueblo en virtud del progreso.
Este proceso
de similitud con lo madrileño, se acentuó varias veces a lo largo del siglo,
convirtiéndose la calle en unos Grandes Almacenes vivientes, que durante años
fueron punto de referencia comercial de una amplia comarca interprovincial. Así
los vecinos de la calle tuvieron siempre la sensación de vivir a mitad de
camino, entre el interior de unos grandes almacenes y el gran salón social de
una población.
Nunca falto en
la calle sección de oportunidades, pero eso no atrajo especialmente a los
vecinos de Alcazar y los pueblos cercanos, sino que por el contrario fue la
variedad de todo tipo de ofertas de novedad. Este modelo hoy esta en un proceso
de cambio vertiginoso, el acortamiento de los tiempos de viaje, la comodidad y
la sensación de independencia que da el desplazamiento particular; son factores
que junto a otros, como la oferta de ocio, la aventura y la diversificación
hostelera, hacen que los viajes o el turismo de compras este diversificando sus
destinos. Entre estos la calle Emilio Castelar, es un competidor muy
debilitado.
Si esta
oportunidad de negocio y desarrollo de la ciudad, no hubiera sido durante diez
décadas una estructura económica relevante, no hubiera tenido ahora ninguna
importancia. Pero entre otros observadores, me temo que la realidad es bien
distinta. La Castelar, no solo ha sido un cierto sostén económico de Alcazar,
sino la espina dorsal de eso que hemos venido llamando La Mancha Moderna, del
progreso, el desarrollo, y cierto regionalismo latente.
Una Mancha a la que le ha costado despertarse
más de doscientos años. Donde las generaciones hoy se sienten, ciudadanos de La
Mancha y del mundo. Donde se acometen proyectos que no solo tienen que ver con
las riquezas naturales, en ese papel antiguo que tuvo esta tierra. Donde las
mujeres y los hombres comparten la ilusión por el desarrollo de su tierra y
apuestan personalmente todo esfuerzo para ello. La Castelar, como expresión de
la modernidad ha sido para todo este proceso, un símbolo, una puerta; presente
en la búsqueda de recursos fuera de La Mancha; muchas veces en las vendimias de
la vieja Europa. Presente en los pasos hacia la comercialización de nuestros
productos, la formación de los jóvenes, la llegada de nuevos conceptos, oportunidades
y nuevas formas de ver el mundo.
Se han vivido
momentos muy interesantes para la calle, y por extensión para su zona de
influencia, que fue la comarca de La Mancha Centro. Determinaremos, un “Periodo
de Configuración” de los primeros años; con la alegría y esplendor de las
décadas de los veinte y los treinta. Un Segundo “Periodo de Recogimiento”,
caracterizado por el miedo, la tristeza, las dificultades y el hambre, entre la
mitad de los treinta a los primeros cincuenta. Si bien “La Castelar” en aquel
momento por su cercanía a la estación, las mercancías, los muelles, y el
estraperlo, no dejo de ser una calle concurrida y lugar de encuentro de los que
venían y los que iban con los que estaban de siempre en el pueblo, entrando y
sacando paquetes, escondidos en los huecos de los trenes, jugándose la vida, la
mas de las veces. Estos luego se cambiaban o se vendían, incluso algunos
tuvieron su puesto de “change” en la misma Castelar. Los cines, el casino y los comercios la
mantuvieron viva en todos los momentos. Los bares y especialmente las tabernas,
eran los lugares frecuentados por excelencia por todo tipo de estraperlistas,
vendedores de peines y corbatas, charlatanes y en general sacacuartos y
“engañamuchachos” que se acercaban a reflujo de las nominas fijas de la RENFE y
sus empresas aledañas.
Con la llegada
de los años cincuenta se incrementa un fenómeno que le da un nuevo impulso a la
calle. “El Periodo del Paseo”. Si, en
todos los pueblos de La Mancha, las jóvenes, endomingadas, pasean por las
carreteras de entrada al pueblo, en Alcázar se pasea por la calle Castelar y
los andenes de la estación. Junto a estos paseos, vuelven a incrementarse las
cuestaciones, que ya se pusieron en marcha en los años veinte con el día de la
Flor recogiendo fondos para los soldados en Melilla. En los cincuenta, con un
intento de sonrisa en todos los labios, se pide para la Cruz Roja, el Asilo,
los mutilados de guerra… Las mesas de petición se llenan de jóvenes engalanadas
y “moscones” que pasan mirando los escaparates, o esperan en la ventana de un
café cercano. El paseo se masifica y la
actividad fundamental de la calle, durante cincuenta años mas hace obligado, ir
a la Castelar en día de fiesta o de asueto, para ver y ser visto, para dar
constancia de la existencia y de lo común. Esto no significa que hubiera una
comunicación amplia, entre las gentes, ni siquiera entre los de la misma
generación, rama, pensamiento o condición. En los primeros años de este proceso
se definieron lugares para determinadas castas sociales, donde otros no podían
estar, o simplemente no estaban, porque se consideraban fuera de lugar. Cada
tramo era paseado por un patrón social distinto, utilizando aceras y horarios
distintos, que se observaban a la finalización de las misas de Santa Quiteria o
en la configuración de los públicos de las sesiones de cine dominical. La
primera con menos glamour que la segunda, entre los jóvenes, y la tercera la
mas señorial, quedando la última en la maraña de lo prohibido, lo perverso y lo
forastero, al estilo de las películas americanas del momento.
El
Desarrollismo de los años sesenta que se señaliza en Alcázar con el Polígono
Alces en 1962, hace hoy cincuenta años, marca otra etapa en todos los sentidos,
la Seat, coloca sus cien primeros vehículos en la ciudad y el aumento del
trafico da lugar a la aparición de los guardias de la porra, que con el casco
blanco van ordenando el paso de vehículos y peatones. El suelo de los bares, se
llenas de papeletas verdes y azules, de boletos de ayuda al Festival de
Folklore que ya estaba en activo casi una década. La nueva juventud local, ya
disponía de las primeras guitarras eléctricas y llegaban a los kioscos la
revistas juveniles, la radio desde Socuellamos pone nuevas músicas y las nuevas
ideas también vinieron subidas en el tren. Una generación, la de los “niños de
la guerra” se preocupa por cuestiones artísticas, cinematográficas,
religiosas….quieren conocer lo que no conocieron en su juventud y están
impacientes a la escucha de nuevas transformaciones sociales que comienzan a
nacer alrededor de las parroquias, los centros de trabajo y los de estudio. Al
finalizar la década ya cuenta Alcázar con dos salas de fiesta joven y aunque
tarde, llego también el Mayo francés. En los primeros setenta ya se conocía con
amplitud que significaba el mayo del 68, los nuevos clubes juveniles locales
divulgaban sus ideales y se hacían corros en la Castelar para comentar los
sucesos y las noticias del nuevo mundo joven. Durante esta década la
transformación de la vida en la calle y sus lugares fue imponente, el lugar
reservado a algunos, fue utilizado por todos, mezclándose los vecinos en las
terrazas de los cafés y en los salones de los bares.
En los
setenta, la generación, nacida en los cincuenta, se hizo con la calle. Cierto cambio
social de la vida cotidiana, se hizo notar en la Castelar, perfumandose de
nuevos olores políticos, sindicales, ciudadanos y vecinales. En los ochenta con
los Ayuntamientos Democráticos, la Castelar en su función básica de comercio y
lugar de encuentro se prolonga hacia la avenida de Herencia, se transforma su
apariencia y se peatonaliza. Los jóvenes toman literalmente la calle para vivir
su ocio nocturno en los bares de las cercanías. Desaparece de la calle un
vecindario que va retirándose de la vida social y pública o bien de esta espina
dorsal del pueblo, como lugar de encuentro que había frecuentado y que dejó de
interesarle.
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