20200527

 Desde mi Kiosco. 
Una visión alcazareña en la mitad del siglo XX. 

I Desde el Kiosco. 
Desde la ventana del kiosco, observaba todas las mañanas la vidilla de las esquinas del Cristo de Villajos. Hace muchos años, humilladero en el campo, en el cruce de caminos antes de llegar a la villa. Ahora neurona ciudadana que expandía las noticias por las plazas y las calles. Hasta tal punto era así, que en el kiosco vendíamos a diario medio millar de periódicos, entre las distintas cabeceras.

A las nueve y media en punto Naizanceno compraba diariamente dos reales de caramelos Sacis y los de la churrería del Moreno me traían un cucurucho de papel de estraza con recortes aun calientes de churros, algunas veces con media porra. Entonces yo le pedía a algún zagal de los que subían y bajaban camino de la estación, que se cruzaran al bar de Federico a por un vaso de leche caliente. A la vuelta les pagaba el favor con un par de cigarrillos con filtro.

Con frecuencia venía uno que no quería ni cigarrillos ni caramelos; me pedía a cambio el préstamo de una novela de vaqueros de Marcial Lafuente Estefanía y me la devolvía puntualmente a los dos días. Le vi crecer a él y a sus pantalones. Dejó de ser alumno de  la escuelilla de Manuel Cencerrado, que lo enviaba al mediodía a por café al bar de Pepe Luis y una cajetilla de Ganador al kiosco.

Después siguió viniendo a comprar el periódico: el Ya. Un día le hablé de Aquilino Morcillo, el periodista granadino director del diario. Cuando viajaba hacia Madrid bajaba del tren en Alcázar para comer tortas de bizcocho en el bar Casa Paco; después se daba un paseo hasta el kiosco, para comprar su periódico. Como parroquiano ocasional tuvimos muy buena conversación. Se notaban los efectos del Vaticano II y sus papas. Creo que llegaron a coincidir una mañana, los presenté y el chaval saludó al periodista. Los vi subir juntos hacia la estación. Con el tiempo perdí la pista de aquel jovenzuelo, aunque sé que estaba dedicado al mundo radiofónico.


El otro diario, que era muy buscado por los alcazareños y algunos viajeros, era ABC que, con la dirección de Torcuato Luca de Tena, era el más popular de aquellos tiempos. El mismo Torcuato se ocupó con sus actitudes políticas de ello, defendió hasta el último momento a Juan de Borbón, frente a su hijo Juan Carlos como candidato oficial del franquismo para recuperar la monarquía española. Esta actitud abrió una brecha en el pensamiento de la época. Cabía la posibilidad de disentir, lo que hacían los estudiantes en la universidad y los obreros en los talleres era posible en España, incluso en las Cortes.

Las mañanas del kiosco transcurrían con mucha faena, colocando la prensa, haciendo la devolución del día anterior, que solía ser muy poca, y vendiendo caramelillos y cigarrillos. Alguna vez, cromos, estampas que se decía, aunque eso y los tebeos era materia de la Fortuna que desde enfrente con las quinielas completaban el panorama del comercio de menudeo del Cristo.

Por la tarde los paseantes se paraban bajo las carteleras del cine Crisfel colgadas en sus escarpiones de la fachada de la ermita; solían estar un rato leyendo la cartelera y cuando menos me lo esperaba muchos venían a mí y me susurraban: “Pueblo, Pueblo”. Querían comprar el periódico El Pueblo para leer los “gallitos” de Emilio Romero; otros me pedían El Informaciones. A veces venían tan temprano que aún  no nos habían llegado los periódicos desde el tren y tenían que volver. Entonces deambulaban por las placetas cercanas sin acercarse unos a otros, cada uno en lo suyo. En ambos periódicos aparecían con frecuencia escritos del jovencísimo Tico Medina, tan popular en Alcázar de aquella década, al que el ayuntamiento entregó en 1967 el molino “Sancho Panza”.

Cualquier periódico, aun los más atrevidos presentaban sus artículos con mucho comedimiento, porque aunque la ley de prensa de Fraga había eliminado la censura y las consignas; también restringía la horquilla de la opinión e incrementaba la responsabilidad civil de los redactores por lo que firmaban en sus artículos. Nadie  estaba dispuesto a jugársela.

Otros jóvenes alegres y revoltosos que venían al kiosco a por prensa, buscaban la deportiva, normalmente querían ver el AS que era el nuevo, pero seguían comprando el MARCA que desde que ganó España la Eurocopa de 1964 contra la Unión Soviética, era lo más vendido en kioscos. Al día siguiente de ganar la Eurocopa, alardeaban de haber vendido más de medio millón de ejemplares. Aunque aquello casi parecía una consigna publicitaria, yo lo creí a pies juntillas. Todavía en aquellos años la ley de prensa era la de 1938 alimentando consignas y censura. Ganar la Eurocopa no había sido solamente un acto deportivo.

Desde las sucursales bancarias, el registro y el juzgado muy pocos y desde los colegios alguno a lo largo de la mañana, venían a por prensa. Siempre eran las mismas personas, que cuando querían tabaco o cachivaches solían mandar algún chico que tuvieran cerca, pero la prensa era muy importante para dejarla en manos ajenas. Muchos de ellos compraban dos cabeceras: siempre el MARCA, que me pedían que se lo doblara, y en el doblez, Triunfo unos, y Cuadernos para el Dialogo otros. El pensamiento, el arte y la cultura eran sus intereses lectores.


Los sanitarios en contadas ocasiones pasaban por el kiosco y cuando lo hacían, igual que las peluquerías, se llevaban 15 o 20 ejemplares variados que volcaban en sus consultas. Ellos normalmente los recibían por correo mediante suscripción, yo lo sé por los carteros, que pasaban a diario a recoger la correspondencia del buzón. De paso se descargaban y a la vez cargaban con algo del kiosco.

Después de oír las campanas franciscanas del Ángel de la Anunciación, las señoras de la calle y su entorno salían a comprar algo de frutos secos, algún capricho de los ultramarinos o de la tienda de Alderete. Se juntaban en la calle con las chicas casaderas que salían poco después para comprar algo de fiambre o una cremallera o un tinte y  para ver pasar a los prácticos de la RENFE, los aprendices de MACOSA o lo que correspondiera a cada corazón.

Y como era el momento, yo sacaba a la tablilla del kiosco las estrellas de la hora del aperitivo, los semanarios Hola y Diez Minutos, y se arremolinaban como un ramillete de color y griterío. Entonces desde la sombra de la terraza de Federico, los atrevidos se acercaban a dejarse ver y a comprar La Codorniz, una singular revista humorística y satírica, que recogió los retazos de las vanguardias surrealistas españolas. Un refugio de dibujantes y periodistas con estéticas personales.

Los jóvenes compraban el Caso, lleno de crónicas sobre aquella España en la que “nunca pasa nada” donde se relataban las correrías de “El Lute”. Todos muy en su papel a las  dos de la tarde dejaban desiertas la plazoleta, la calle y la avenida de la estación. Solo algún viajero despistado buscaba de esquina en esquina el olor a humo y carbonilla.

El kiosco era una atalaya a la que todo llegaba antes o después. Yo conocía que algunas trencas estudiantiles y algunas maletas ferroviarias acercaban puntualmente dos ejemplares de Mundo Obrero y El Socialista. Ciertos parroquianos cuando venían desde las tabernas de arriba a por los “pitos” o el purillo de los sábados, lo comentaban. Ni ferroviarios ni estudiantes compraban prensa en el kiosco, se surtían de sus lecturas en Madrid, que no por ser mayor estaba mejor servido, sino que era menos observado.

Ahora que me acuerdo, cuento estas cosas que formaron parte de la cotidianidad alcazareña y fueron conformando el carácter de las generaciones que se formaban en aquellos años. Por eso ahora voy a aprovechar los recuerdos, para dar algunos paseos por Alcázar de San Juan. Con aquellos ojos y este corazón o con estos ojos y aquel corazón, anotaré sucesos y cosas de entonces, que irán saliendo a los escaparates  de este kiosco poco a poco.



Texto: José Fernando Sánchez Ruiz

Foto: Archivo Municipal

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