Desde mi Kiosco.
Una visión alcazareña en la mitad del siglo XX.
I Desde el Kiosco.
Desde la
ventana del kiosco, observaba todas las mañanas la vidilla de las esquinas del
Cristo de Villajos. Hace muchos años, humilladero en el campo, en el cruce de
caminos antes de llegar a la villa. Ahora neurona ciudadana que expandía las
noticias por las plazas y las calles. Hasta tal punto era así, que en el kiosco
vendíamos a diario medio millar de periódicos, entre las distintas cabeceras.
A las nueve y
media en punto Naizanceno compraba diariamente dos reales de caramelos Sacis y
los de la churrería del Moreno me traían un cucurucho de papel de estraza con
recortes aun calientes de churros, algunas veces con media porra. Entonces yo
le pedía a algún zagal de los que subían y bajaban camino de la estación, que
se cruzaran al bar de Federico a por un vaso de leche caliente. A la vuelta les
pagaba el favor con un par de cigarrillos con
filtro.
Con frecuencia
venía uno que no quería ni cigarrillos ni caramelos; me pedía a cambio el préstamo
de una novela de vaqueros de Marcial Lafuente Estefanía y me la devolvía
puntualmente a los dos días. Le vi crecer a él y a sus pantalones. Dejó de ser
alumno de la escuelilla de Manuel
Cencerrado, que lo enviaba al mediodía a por café al bar de Pepe Luis y una
cajetilla de Ganador al kiosco.
Después siguió
viniendo a comprar el periódico: el Ya. Un día le hablé de Aquilino Morcillo,
el periodista granadino director del diario. Cuando viajaba hacia Madrid bajaba
del tren en Alcázar para comer tortas de bizcocho en el bar Casa Paco; después
se daba un paseo hasta el kiosco, para comprar su periódico. Como parroquiano
ocasional tuvimos muy buena conversación. Se notaban los efectos del Vaticano
II y sus papas. Creo que llegaron a coincidir una mañana, los presenté y el
chaval saludó al periodista. Los vi subir juntos hacia la estación. Con el
tiempo perdí la pista de aquel jovenzuelo, aunque sé que estaba dedicado al
mundo radiofónico.
El otro diario,
que era muy buscado por los alcazareños y algunos viajeros, era ABC que, con la
dirección de Torcuato Luca de Tena, era el más popular de aquellos tiempos. El
mismo Torcuato se ocupó con sus actitudes políticas de ello, defendió hasta el
último momento a Juan de Borbón, frente a su hijo Juan Carlos como candidato
oficial del franquismo para recuperar la monarquía española. Esta actitud abrió
una brecha en el pensamiento de la época. Cabía la posibilidad de disentir, lo
que hacían los estudiantes en la universidad y los obreros en los talleres era
posible en España, incluso en las Cortes.
Las mañanas del
kiosco transcurrían con mucha faena, colocando la prensa, haciendo la
devolución del día anterior, que solía ser muy poca, y vendiendo caramelillos y
cigarrillos. Alguna vez, cromos, estampas que se decía, aunque eso y los tebeos
era materia de la Fortuna que desde enfrente con las quinielas completaban el
panorama del comercio de menudeo del Cristo.
Por la tarde
los paseantes se paraban bajo las carteleras del cine Crisfel colgadas en sus
escarpiones de la fachada de la ermita; solían estar un rato leyendo la
cartelera y cuando menos me lo esperaba muchos venían a mí y me susurraban:
“Pueblo, Pueblo”. Querían comprar el periódico El Pueblo para leer los
“gallitos” de Emilio Romero; otros me pedían El Informaciones. A veces venían
tan temprano que aún no nos habían
llegado los periódicos desde el tren y tenían que volver. Entonces deambulaban
por las placetas cercanas sin acercarse unos a otros, cada uno en lo suyo. En
ambos periódicos aparecían con frecuencia escritos del jovencísimo Tico Medina,
tan popular en Alcázar de aquella década, al que el ayuntamiento entregó en
1967 el molino “Sancho Panza”.
Cualquier
periódico, aun los más atrevidos presentaban sus artículos con mucho
comedimiento, porque aunque la ley de prensa de Fraga había eliminado la
censura y las consignas; también restringía la horquilla de la opinión e
incrementaba la responsabilidad civil de los redactores por lo que firmaban en
sus artículos. Nadie estaba dispuesto a jugársela.
Otros jóvenes
alegres y revoltosos que venían al kiosco a por prensa, buscaban la deportiva,
normalmente querían ver el AS que era el nuevo, pero seguían comprando el MARCA
que desde que ganó España la Eurocopa de 1964 contra la Unión Soviética, era lo
más vendido en kioscos. Al día siguiente de ganar la Eurocopa, alardeaban de
haber vendido más de medio millón de ejemplares. Aunque aquello casi parecía
una consigna publicitaria, yo lo creí a pies juntillas. Todavía en aquellos
años la ley de prensa era la de 1938 alimentando consignas y censura. Ganar la
Eurocopa no había sido solamente un acto deportivo.
Desde las
sucursales bancarias, el registro y el juzgado muy pocos y desde los colegios
alguno a lo largo de la mañana, venían a por prensa. Siempre eran las mismas
personas, que cuando querían tabaco o cachivaches solían mandar algún chico que
tuvieran cerca, pero la prensa era muy importante para dejarla en manos ajenas.
Muchos de ellos compraban dos cabeceras: siempre el MARCA, que me pedían que se
lo doblara, y en el doblez, Triunfo unos, y Cuadernos para el Dialogo otros. El
pensamiento, el arte y la cultura eran sus intereses lectores.
Los sanitarios
en contadas ocasiones pasaban por el kiosco y cuando lo hacían, igual que las
peluquerías, se llevaban 15 o 20 ejemplares variados que volcaban en sus
consultas. Ellos normalmente los recibían por correo mediante suscripción, yo
lo sé por los carteros, que pasaban a diario a recoger la correspondencia del
buzón. De paso se descargaban y a la vez cargaban con algo del kiosco.
Después de oír
las campanas franciscanas del Ángel de la Anunciación, las señoras de la calle
y su entorno salían a comprar algo de frutos secos, algún capricho de los
ultramarinos o de la tienda de Alderete. Se juntaban en la calle con las chicas
casaderas que salían poco después para comprar algo de fiambre o una cremallera
o un tinte y para ver pasar a los
prácticos de la RENFE, los aprendices de MACOSA o lo que correspondiera a cada corazón.
Y como era el
momento, yo sacaba a la tablilla del kiosco las estrellas de la hora del
aperitivo, los semanarios Hola y Diez Minutos, y se arremolinaban como un
ramillete de color y griterío. Entonces desde la sombra de la terraza de
Federico, los atrevidos se acercaban a dejarse ver y a comprar La Codorniz, una
singular revista humorística y satírica, que recogió los retazos de las
vanguardias surrealistas españolas. Un refugio de dibujantes y periodistas con
estéticas personales.
Los jóvenes
compraban el Caso, lleno de crónicas sobre aquella España en la que “nunca pasa
nada” donde se relataban las correrías de “El Lute”. Todos muy en su papel a
las dos de la tarde dejaban desiertas la
plazoleta, la calle y la avenida de la estación. Solo algún viajero despistado
buscaba de esquina en esquina el olor a humo y
carbonilla.
El kiosco era
una atalaya a la que todo llegaba antes o después. Yo conocía que algunas
trencas estudiantiles y algunas maletas ferroviarias acercaban puntualmente dos
ejemplares de Mundo Obrero y El Socialista. Ciertos parroquianos cuando venían
desde las tabernas de arriba a por los “pitos” o el purillo de los sábados, lo
comentaban. Ni ferroviarios ni estudiantes compraban prensa en el kiosco, se
surtían de sus lecturas en Madrid, que no por ser mayor estaba mejor servido,
sino que era menos observado.
Ahora que me
acuerdo, cuento estas cosas que formaron parte de la cotidianidad alcazareña y
fueron conformando el carácter de las generaciones que se formaban en aquellos
años. Por eso ahora voy a aprovechar los recuerdos, para dar algunos paseos por
Alcázar de San Juan. Con aquellos ojos y este corazón o con estos ojos y aquel
corazón, anotaré sucesos y cosas de entonces, que irán saliendo a los
escaparates de este kiosco poco a poco.
Texto: José Fernando Sánchez Ruiz
Foto: Archivo Municipal
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