……..DE LA CUESTA DE LOS LUCEROS.
Raquel
había terminado de enrollar el mazapán de los huesos de santo y los presento en
una fuente plana de porcelana. Se acercaba la hora y esperaba al menos una
docena de invitados que venían de bien lejos.
El menú estaba
listo, entrantes de corte, (es decir
jamón, queso, lomo… ) para presentar en la mesa central. De plato fuerte, arroz
con pollo, Raquel y su prima Lorena lo servirían en cuencos de barro, de esos
en los que vienen los helados, que habían recogido en los bares del pueblo el
verano pasado; para que cada cual se lo comiera de pie en conversación con
quien primero quisiera. El caso era hablar entre todos solo con la formalidad
imprescindible.
De segundo o
de relleno, tenían preparadas unas empanadillas de atún, fáciles de comer de
pie y de comer en plena conversación, la idea era comer como si se estuviera en
el recreo del instituto. Para el postre, prepararon una piña entera de
plátanos, sin cortar que colocaron en la mesita de la salida al patio, y los
dulces palos de mazapán, que ya estaban aireándose.
El día era
importante y querían que todos los asistentes estuvieran muy cómodos y bien
atendidos. La tía Servula, tenía que estar sentada y Francisco el viejo situado
cerca del aseo, por sus necesidades.
Después
esperaban que Juan Luis, Miguel y Luis (el hijo de la Servula) se jugarán “d´al
gane” y al domino, las copas del anís, que tomarían fuera de su casa. Ellas no
querían darles ni una sola gota en aquella situación.
Empezaron a
llegar temprano. Sobre las 11,30 los de Ponferrada, para no hacer tarde; un
poco después Luis desde Jaén con su mujer y su madre, la tía Servula. A
Francisco lo trajo Pacorro en cuanto se entero de que había llegado su hermana
Servula. Pacorro saludo a unos y a otros y se marcho al taller para terminar el
tractor de un cliente que era de mucha urgencia.
Sobre la una y
media estábamos todos, menos Pacorro. Lorena había contado entre 18 y 20
asistentes, los chicos y las vecinas que entraban y salían continuamente, le alteraban
las cuentas. Poco más o menos éramos ocho del pueblo y doce de fuera. Nosotras
que estábamos más que cansadas, hartas; a la una en punto comenzamos a sacar la
comida. Le apartamos empanadillas a Pacorro para que cuando viniera del taller,
se las comiera mientras se arreglaba. A las tres teníamos que tenerlo todo
recogido y estar todos fuera de la casa.
Nosotras no
dábamos de sí; platos, agua, pan, cortar jamón, servilletas de papel, recoger
un plato de arroz que tiro Yolandita cuando su madre le daba de comer. Menudo
rato nos dimos entre las dos. Como no nos queríamos perder detalle del
encuentro y sabíamos que nos sería imposible estar en misa y repicando, se nos
había ocurrido poner en cada rincón unas grabadoras de mano que recogieran las
conversaciones de primos, tíos, sobrinos, amigos y vecinos.
En un pico de
la mesa con Francisco el viejo y Servula, estaban Luis y su mujer.
Junto a la puerta de entrada se
quedaron los de Ponferrada Juan Luis y Miguel, con Ambrosio y los dos hermanos
Salmeron.
En el centro
hicieron corro las primas, las mujeres de Juan Luis y de Miguel, con Virtudes y
aquí se agregaron las vecinas de siempre Gertrudis y Mariana, que no dejaban de
asombrarse y escandalizarse entre trozo de jamón, rodaja de lomo y hueso dulce.
Los chiquillos mayores y pequeños correteaban por todas partes y se llevaron a
Yolandita después de lo del arroz. Pasaron la mayor parte del tiempo en la
cocina, y hasta nos ayudaron a recoger.
En la puerta
de la calle se sentaron los vecinos con José Antonio; ¿o se sentó José Antonio
con los vecinos y algún amigo?, así evitaba tener que hablar con sus tíos o con
sus primos, solo tuvo unos minutos con su prima Virtudes y estuvo todo el rato
escuchando a los vecinos que saben más por diablos que por viejos.
Todo funciono
según lo previsto, hasta Pacorro llego a las empanadillas y los plátanos,
mientras se lavaba y se cambiaba, Lorena le dio como a los pájaros las
empanadillas y dos plátanos del racimo. Al cerrar la puerta de la casa, el
puñetero reloj del ayuntamiento daba, todavía con música de villancicos, las
campanadas de las tres de la tarde. Ya lo demás fue como lo sospechado. Pasos
lentos, mucha gente, pocas palabras, silencios y emociones. Los de fuera se
escabulleron enseguida en sus vehículos, como si no hubieran estado nunca en el
pueblo ni en la casa. Los demás se fueron descolgando por las esquinas conforme
veníamos a casa desde el último paseo.
Cuando dimos la vuelta a la
esquina incluso Gertrudis y Mariana nos habían dejado solos. Pacorro y José
Antonio andaban delante en silencio, sin mediar palabra entre ellos, como casi
siempre, José Antonio me confesaba a solas que no sabía que hablar con Pacorro,
el tenia poca conversación y Pacorro se limpiaba continuamente las manos llenas
de grasa y cortes, contestándole con la cabeza.
Lorena venia
cogida de mi brazo, la costura del calcetín derecho, se le había clavado en la
yema del pulgar y no podía dar un paso. Llegamos a casa, ellos se subieron
arriba y nosotros nos quedamos abajo, José Antonio, rebaño la masa de los
huesos y se acostó, yo prepare el hato para hoy y cuando me acosté José Antonio
dormía profundamente, no quiso hablar conmigo de nada.
*
Al día siguiente nosotras dos y José Antonio
comenzamos a escuchar las conversaciones de los corros. Pacorro no quiso saber
nada, nos había dicho que ni se lo contáramos, nada más levantarse, dijo
Lorena, que se había ido al taller sin desayunar ni siquiera.
En el pico de
la mesa grande, estuvieron Francisco el viejo, Servula, Luis y su mujer. De lo
que se grabo solo hare mención de algunos aspectos más interesantes, el resto
de los detalles nos los quedamos solo para nosotros tres, porque Lorena y yo
concebimos aquella idea, en sustitución de nuestra ausencia en los corros, con
ninguna otra pretensión que nos resultara inmoral, por eso después de oír cada
cinta la fuimos rompiendo. Yo solo, he hecho estas notas, para que no se me
olvide lo más significativo, porque luego el tiempo, la distancia y la ausencia
vuelven lo blanco negro, el dolor alegría y carencia abundancia; así es de
acomodaticio el ser humano.
Francisco el
viejo, conto lo de las piedras y el camino lo menos diez o doce veces, pero
como Servula tenia fijación con su idea no le hizo mucho caso y Luis y su mujer
discutieron con ardor sobre si la hermana de ella tenía que haber acudido o no,
porque había sitio en el coche y podía haberse hecho cargo de Yolandita que
menudo rato les estaba dando desde primera hora.
De vez en
cuando Francisco insistía a su hermana. Servula, los herederos seremos tú y yo.
Como se le haya ocurrido dejar las tierras a
los sobrinos; no llegan a año nuevo enteras, estos que aquí parecen algo, son
una pandilla de hambrientos y desmanotados que están esperando que les caiga
algo para machacarlo. Servula en su sordera asentía con la cabeza, repicando,
que las mujeres han tenido siempre hijuela y que por lo tanto a ella le
correspondía, lo primero por la hijuela un diezmo, luego del resto un tercio,
es decir en total el cuarenta por ciento del total, que se lo había ajustado el
hijo de su Luis que era bachiller y sabe muy bien de números.
Luis en la
distancia, solo asentía con la cabeza cuando su madre decía aquello; mientras discutía con su mujer, sobre el
comportamiento de Yolandita o sobre dónde irían de vacaciones en verano, una
semana solo, pero donde. Su interés era sobre todo no entrar en conversación
con los primos de Luis y por eso se refugiaban en el corro de los abuelos.
Juan Luis y
Miguel, con Ambrosio y los dos hermanos Salmeron, se habían constituido en un
núcleo de charlatanes, su coro nos dio mucha escucha, de la que solo extracto
algunas ideas y curiosidades. Aquí a sus anchas, Juan Luis conto todas sus
aventuras de carretera entre Ponferrada y Polan, pasando por Madrid y sus
mejores calles. Miguel un poco avergonzado quería cortarle y conto la historia
de un paisano de Ponferrada, un amigo de los vinos del Bierzo, aficionado a los
magostos castañeros; que por algún problema de viñedo se sentía asediado, por
los vecinos columbrianos. Se dedicó a picotear sus cosechas a escondidas. Para
ello guardaba los aperos destructores en su panteón del cementerio, de donde
salía disfrazado por las noches para arrancar cepas llenas de uva cuajada, en
los días antes de la recolección, como celebrando la Virgen de la Encina de los
primeros días de septiembre.
Ambrosio se
intereso en la noticia, mientras Juan Luis trataba de desviar la conversación
hablando de clubs de la carretera leonesa y castellana, explicaba la diferencia
entre locales de la vieja castilla y la nueva castillalamancha.
Pero Ambrosio
insistió hasta conseguir entablar el tema con Miguel. Quería saber más cosas de
aquel paisano, como entraba y salía del panteón, le tenía intrigado. Los
Salmeron, solo abrían la boca para engullir lomo o arroz con pollo, no se les
oía palabra, como si no estuvieran en la situación, a ellos que más les daba lo
que dijeran, estaban allí para cumplir y repartían muecas de condolencia a
todos los rincones de la estancia y a aquellos ojos que se cruzaban con los suyos
en el ir de venir de los huesos de santo y pieles de plátano. En toda la tarde
no pensaron otra cosa, más que quedar bien con todos los demás, pero tampoco se
atrevían a cambiar de corro, avergonzados por su pasado, temían que se
ablentara aquella tarde y se sentían refugiados en aquella compañía, además
desde allí junto a la puerta dominaban todos los corros y presumían saber lo
que pasaba en cada rincón.
Cuando se
descubrió el asunto, se dieron cuenta de que en el panteón había una colchoneta
y una caja grande de cartón llena de ropas y objetos personales, el paisano que
respondía a M.R.S. había utilizado durante seis meses aquel reducto como
apartamento, mientras tenía su casa alquilada a una familia georgiana de
Tbilisi. Con los ingresos del alquiler M.R.S. comía todos los días el menú del
hogar del pensionista y a la caída de la tarde arrastraba su pierna izquierda,
para refugiarse en el panteón con un transistor que le anunciaba la hora de la
media noche larga. Entonces salía del cementerio y entraba en los viñedos
cercanos de sus enemigos, para diezmar sus cosechas.
¿Y cómo detectaron el personaje? interrumpió
repentinamente Ambrosio.
Miguel respiro
profundamente y observando a su corro, quiso esperar a que todos le indicaran
con la mirada que siguiera con el relato. No fue así, y manteniendo un momento
de expectación continúo con la historia.
Uno de los
“coloraos” de los que criaban caballos rojos del pueblo, había entrado hace
unos años en la asociación cultural de vecinos y aprendió que aquel cementerio
tenía verdaderas obras de arte entre sus construcciones funerarias. Esculturas,
forja, algún mosaico, panteones con los techos pintados, imaginería de todo
tipo. Todo un descubrimiento junto a las curiosidades de las sepulturas de
varios hijos del pueblo, que habían destacado en su vida. “El torero colorao” y
su hermano el rejoneador, “el falso obispo” y otros. El caso, es que, desde la
asociación habían pedido al Ayuntamiento un poco de respeto para estas
construcciones y el alcalde había mandado al arquitecto de la mancomunidad,
para hacer una visita de reconocimiento con el correspondiente informe.
De esta manera
una mañana de verano, el arquitecto y el perito acompañaban al “colorao”
visitando los panteones. Entonces descubrieron el “chalecito” de M.R.S., dando
parte al jefe de los municipales que estuvo al acecho hasta descubrir el
suceso.
Bueno de estas
cosas no hay que sorprenderse, dijo Argimiro Salmeron interrumpiendo el relato.
Ahora es muy común entre los turistas pretender ver tumbas de famosos. Conozco
el caso del hijo de un amigo, que viajo cerca de 2000 kilómetros
para visitar un pueblucho de Francia donde en su cementerio está enterrado un
tal Proudhom y poderse fotografiar en su tumba; o el peregrinaje a la tumba de
Elvis Presley. Esto, sin hacerse eco de la gente que viaja a Compostela, para
visitar la tumba del apóstol. Desde luego no parecen casos comparables, pero en
los derroteros que anda el mundo, no sabemos por donde se va a salir.
Su hermano
dejo entonces de hacer muecas y gestos a todos los puntos de la rosa de los vientos, y conto un suceso muy
comentado en la comisaria en la que estaba destinado desde siempre. Si bien,
antes de relatarlo, miro a un lado y a otro, acerco su silla al centro del
corro y escondiendo la cabeza entre los hombros, comenzó.
Como os he visto muy interesados en estas
cuestiones singulares, os voy a contar los que ha pasado hace solo unos días en
nuestras fronteras; pero tendréis que mantener el secreto de la información
como si de un secreto de vuestra alcoba se tratara. Argimiro le dijo, yo creo
que debes contarlo Zoilo, estamos todos pendientes y sabes que de aquí en
compromiso contigo, no saldrá ni palabra.
Entonces
Zoilo, con una sacudida eléctrica de su tronco, como si le hubiera dado un frio
repentino, explico: hace unos meses los inspectores de turno del aeropuerto de
Vigo comenzaron a hacer informes sobre el tránsito de cadáveres que llegaba al
aeropuerto de manera repentina. Poco a poco su insistencia se comparo con otros
aeropuertos y resulto desmedida, una brigada especial de las formadas para el
tratamiento de catástrofes, se destino de manera cautelar, al aeropuerto
gallego, para observar el fenómeno, las familias implicadas y asumir todas las
circunstancias.
En un mes se
recibieron doce cadáveres en régimen de traslado internacional, mientras que
las estadísticas de otros aeropuertos podían referirse a solo un cadáver al
trimestre. El estudio de las familias receptoras y el desarrollo del entierro
correspondiente resultaban muy minoritarios, acudiendo solo entre dos y cuatro
personas en cada caso siempre de pequeñas parroquias. Eso sí, cada caso pasaba
por su reglamentaria autopsia antes de proceder a la exhumación del cadáver.
El análisis
comparativo de los protocolos internacionales en estos casos, no era
definitivo. Algunos de los miembros del equipo lo habían visto recientemente en
sus cursillos y curiosamente coincidía, que los cadáveres venían siempre de
países, cuyo protocolo de traslados exigía la autopsia a la llegada.
Aun en el
riesgo del conflicto social que pudiera suponer, los mandos a fuerza de recibir
informes del equipo; ordenaron su presencia en todos los pasos del proceso.
El primer lunes de abril, se recibieron
noticias de la llegada para el jueves desde Miami, de un envió internacional de
cadáver. La familia se persono en la oficina del equipo, eran dos hermanos de
una aldea cercana, la minera Freixo, que se había despoblado prácticamente por
el abandono de la explotación del subsuelo. Era el cuarto ataúd relacionado con
la aldea que llegaba desde que comenzó el año. El equipo inicio su tarea de
hacer acto de presencia en todos los pasos del proceso, dando seguridad al
mismo. En el momento de proceder a la autopsia, los hermanos invitaron a los
dos guardias que les acompañaban a que entraran con ellos a la sala de
autopsia, estos nunca se lo habían planteado, pero en lo animado de la
conversación sin darse cuenta estaban dentro de la sala de disecciones,
siguieron su charla y el agente Crespo observaba lateralmente, como el equipo
médico abierta la cavidad torácica del cadáver, extraía de su oquedad paquetes
que apartaban en una caja. Terminada la operación y el estudio, volvieron a
cerrar el cadáver y tras firmar unos documentos dispusieron el entierro.
Acabado todo,
Crespo comento su observación con su compañero el agente Aguilar, y de su
informe que emitieron por mail a la comisaria, se desprendió inmediatamente
desde la central, una autorización y la correspondiente orden de revisión del
proceso de la autopsia y sus restos. Volvieron a la sala de disecciones en
menos de dos horas desde la operación y en aquel escenario seguían las mismas
personas, solo faltaban los dos parientes y el finado. El equipo médico y de
limpieza, manipulaba las bolsas extraídas del cadáver. 25 kilos de cocaína, que
guardaban para hacerla más larga y quedarse con su maquila.
Acababan de
descubrir un caso de traslado
internacional de cadáveres como sistema trafico de drogas. En los supuestos
históricos que habían estudiado en su formación policial, conocieron casos de
esta tipología como tráfico de billetes o de armas y aunque podía ser de
suponer, no habían estudiado ningún caso documentado. Por eso desde entonces a
este delito se les llama en la familia policial un “Crespo de Aguilar”.
Dejamos de recoger conversaciones de aquel
corro, el camino que tomaba la conversación, no aventuraba ninguno de los temas
que a nosotras nos interesaba.
Al corro de
Virtudes y las mujeres de Juan Luis y de Miguel, se agregaron Gertrudis y
Mariana que no dejaban de asombrarse y escandalizarse entre trozo de jamón,
rodaja de lomo y hueso dulce. Es el corro donde más risas sonaban en la
grabación. Eso sí, con mucho respeto para el difunto. Mariana conto que en el nuevo tanatorio comarcal habían colocado una pequeña
mesa camilla junto a la maquina del agua y los refrescos. A su alrededor se
venían sentando los herederos en litigio para resolver los repartos de las
herencias. Mientras discuten, observan la cámara refrigerada del cadáver, que
ayuda a que se pongan de acuerdo herederos mayores y menores, sobre mandas,
hijuelas, quintas y terceras de terceras partes. Por eso nadie del pueblo
quiere ir allí y arreglamos los sepelios en las casas, decía Gertrudis, sin
pudor alguno después del escándalo que dio con su hermana porque ella era la
mayor, cuando su madre.
Bueno no podéis imaginar cómo son las cosas,
están empezando a facilitar la forma de dar el pésame por SMS. Te dan un
numero, llamas y ya está, como cuando nominas para el Gran Hermano, ahora que
aquí tampoco te dicen lo que te cuesta, explicaba Mariana, para no ser menos
que su amiga. Virtudes, no le dio importancia ninguna, aduciendo que es una
modernización que sustituye a los antiguos telegramas…y a nosotras nos
tranquilizaba aquella temática.
José Antonio,
después de hablar un momento con su prima Virtudes se sentó en la calle con los
vecinos y algún amigo. Así evitaba tener que hablar con sus tíos o con sus
primos, y gasto el tiempo escuchando a los vecinos que en este caso, saben más
por diablos que por viejos. Para hacer hora estuvieron recitando a Manrique que
les venía muy al pelo, aunque tuviesen aquellos versos más de 500 años.
Recuerde el alma dormida, avive el seso e despierte
contemplando
cómo se passa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando;
cuán presto se va el plazer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parescer,
cualquiere tiempo passado
fue mejor.
Pues si vemos lo presente
cómo en un punto s'es ido
e acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo non venido
por passado.
Non se engañe nadi, no,
pensando que ha de durar
lo que espera
más que duró lo que vio,
pues que todo ha de passar
por tal manera.
José Antonio solo recordaba la cuarta estrofa. Quizás la más popular hoy, la recito a continuación, a su manera con un punto de interpretación.
Nuestras vidas son los ríoooos
que vaaaan a dar en la maaaar, qu'es el morir.
Allí van los señoríos.
Derechos a se acabar e consumir.
Allí los ríos caudales.
Allí los otros medianos, e más chicos, allegados, son iguales.
Allegados, son iguales.
Los que viven, por sus manos
y los que viven ricos.
Ahora decían, se está volviendo
a la costumbre de leer poemas y poner música a los difuntos, aunque nada es
comparable a las conmemoraciones de los viajes por Estigia o las coplas de
Manrique. En Europa; sabía José Antonio por su estancia en Alemania y Suiza,
que se procuraba establecer unas nuevas formas, que además resultaban mas
baratas de entierros. Los protestantes reducen a la mínima expresión las ceremonias.
Uno de los vecinos a quien no conocía José
Antonio, y nosotras tampoco. Un hombre entrado en los cuarenta, al que habíamos
visto el día anterior de atusarse el nudo de la corbata, en señal de no tener
costumbre de usarla. Comentaba, que las últimas tendencias en entierros, es
utilizar las webcam para retransmitir los entierros por internet y permitir así
que se pueda asistir a ellos sin tener que viajar de un sitio a otro o hacerlo
en todo caso, por un sistema de videoconferencia.
Se miraron unos a otros con cierto estupor,
sobretodo porque nadie lo reconocía y este, volviendo a la corbata, según nos
explicaba José Antonio, insistió explicando, que no se qué, ciudad alemana, de
la que no podre ni escribir ni pronunciar el nombre por mas veces que rebobine
la grabadora; llevan dos años comercializando este tipo de servicios. Algunos
vecinos han hecho concursos sobre a cuantos entierros se puede asistir en una
tarde. Los vecinos se echaron a reír y dijeron a corro que esa era una historia
muy vieja. En el pueblo había hasta hace muy poco, tres hermanas solteras que
acudían a todos los entierros, de la mañana y de la tarde, en lunes o en fiesta
de guardar. Algún día, si no había entierro en el pueblo, se acercaban en
viajera a las aldeas de la comarca. Entraban en las casas, picoteaban un poco y
dependiendo de cómo tenían la agenda de decesos, o bien rezaban un rosario o
una salve. Aquí en el pueblo, si conocían al difunto, hacían una sesión de
plañideras en la puerta del cementerio mientras se despedía el duelo…
Sin embargo, ayer no hubo ni rezanderas ni
plañideras, es una lástima que se pierdan las costumbres. Raquel se ha quedado
tranquila después de oír las cintas y José Antonio le ha agradecido que Raquel
se subiera pronto a su casa, para que nos quedásemos a solas.
Pero no acaba de encontrar el momento de
contarme lo que se habló en el duelo de los hombres desde la casa al
cementerio.
Los de
Ponferada y Luis, no pararon de reprocharnos con insistencia abrumadora, que el
cadáver, no pasara por la parroquia. Con esta monserga unos u otros no pararon
de hablar desde la misma puerta de la casa, calle a calle, por las placetas y
el ejido, hasta llegar a lo alto de la cuesta de los Luceros; donde se paran
los entierros para tomar resuello y
acometer el último tramo hasta la puerta del cementerio.
Al
estar todos parados y descansando un momento. Francisco el viejo. El padre de
Pacorro, suspiro en alto y tiro de muy mala gana su garrota contra el suelo. Se
encaro con todos y les dijo: Que cojones os importa que no hayamos querido
pasar por la iglesia. Ni para nacer la necesitamos, ni para morir tampoco. A
quien no le interese que no dé un paso más y vaya a santiguarse, o que pesque
el tole y se marche del pueblo. Que para enterrar un cadáver se basta solo el
sepulturero y hoy, este será el único que suspire por su cuerpo.
He pensado, que no le contare nada a Raquel,
si se lo dice Pacorro, seguro que me lo cuenta ella, de todas formas las cintas
ya han ido a la basura y estas notas cualquier día sirven para lo menos
esperado.
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