20191212

……..DE LA CUESTA DE LOS LUCEROS.



            Raquel había terminado de enrollar el mazapán de los huesos de santo y los presento en una fuente plana de porcelana. Se acercaba la hora y esperaba al menos una docena de invitados que venían de bien lejos.
El menú estaba listo, entrantes  de corte, (es decir jamón, queso, lomo… ) para presentar en la mesa central. De plato fuerte, arroz con pollo, Raquel y su prima Lorena lo servirían en cuencos de barro, de esos en los que vienen los helados, que habían recogido en los bares del pueblo el verano pasado; para que cada cual se lo comiera de pie en conversación con quien primero quisiera. El caso era hablar entre todos solo con la formalidad imprescindible.
De segundo o de relleno, tenían preparadas unas empanadillas de atún, fáciles de comer de pie y de comer en plena conversación, la idea era comer como si se estuviera en el recreo del instituto. Para el postre, prepararon una piña entera de plátanos, sin cortar que colocaron en la mesita de la salida al patio, y los dulces palos de mazapán, que ya estaban aireándose.

El día era importante y querían que todos los asistentes estuvieran muy cómodos y bien atendidos. La tía Servula, tenía que estar sentada y Francisco el viejo situado cerca del aseo, por sus necesidades.

Después esperaban que Juan Luis, Miguel y Luis (el hijo de la Servula) se jugarán “d´al gane” y al domino, las copas del anís, que tomarían fuera de su casa. Ellas no querían darles ni una sola gota en aquella situación.

Empezaron a llegar temprano. Sobre las 11,30 los de Ponferrada, para no hacer tarde; un poco después Luis desde Jaén con su mujer y su madre, la tía Servula. A Francisco lo trajo Pacorro en cuanto se entero de que había llegado su hermana Servula. Pacorro saludo a unos y a otros y se marcho al taller para terminar el tractor de un cliente que era de mucha urgencia.

Sobre la una y media estábamos todos, menos Pacorro. Lorena había contado entre 18 y 20 asistentes, los chicos y las vecinas que entraban y salían continuamente, le alteraban las cuentas. Poco más o menos éramos ocho del pueblo y doce de fuera. Nosotras que estábamos más que cansadas, hartas; a la una en punto comenzamos a sacar la comida. Le apartamos empanadillas a Pacorro para que cuando viniera del taller, se las comiera mientras se arreglaba. A las tres teníamos que tenerlo todo recogido y estar todos fuera de la casa.

Nosotras no dábamos de sí; platos, agua, pan, cortar jamón, servilletas de papel, recoger un plato de arroz que tiro Yolandita cuando su madre le daba de comer. Menudo rato nos dimos entre las dos. Como no nos queríamos perder detalle del encuentro y sabíamos que nos sería imposible estar en misa y repicando, se nos había ocurrido poner en cada rincón unas grabadoras de mano que recogieran las conversaciones de primos, tíos, sobrinos, amigos y vecinos. 

En un pico de la mesa con Francisco el viejo y Servula, estaban  Luis y su mujer.
Junto a la puerta de entrada se quedaron los de Ponferrada Juan Luis y Miguel, con Ambrosio y los dos hermanos Salmeron.

En el centro hicieron corro las primas, las mujeres de Juan Luis y de Miguel, con Virtudes y aquí se agregaron las vecinas de siempre Gertrudis y Mariana, que no dejaban de asombrarse y escandalizarse entre trozo de jamón, rodaja de lomo y hueso dulce. Los chiquillos mayores y pequeños correteaban por todas partes y se llevaron a Yolandita después de lo del arroz. Pasaron la mayor parte del tiempo en la cocina, y hasta nos ayudaron a recoger.

En la puerta de la calle se sentaron los vecinos con José Antonio; ¿o se sentó José Antonio con los vecinos y algún amigo?, así evitaba tener que hablar con sus tíos o con sus primos, solo tuvo unos minutos con su prima Virtudes y estuvo todo el rato escuchando a los vecinos que saben más por diablos que por viejos.

Todo funciono según lo previsto, hasta Pacorro llego a las empanadillas y los plátanos, mientras se lavaba y se cambiaba, Lorena le dio como a los pájaros las empanadillas y dos plátanos del racimo. Al cerrar la puerta de la casa, el puñetero reloj del ayuntamiento daba, todavía con música de villancicos, las campanadas de las tres de la tarde. Ya lo demás fue como lo sospechado. Pasos lentos, mucha gente, pocas palabras, silencios y emociones. Los de fuera se escabulleron enseguida en sus vehículos, como si no hubieran estado nunca en el pueblo ni en la casa. Los demás se fueron descolgando por las esquinas conforme veníamos a casa desde el último paseo.
Cuando dimos la vuelta a la esquina incluso Gertrudis y Mariana nos habían dejado solos. Pacorro y José Antonio andaban delante en silencio, sin mediar palabra entre ellos, como casi siempre, José Antonio me confesaba a solas que no sabía que hablar con Pacorro, el tenia poca conversación y Pacorro se limpiaba continuamente las manos llenas de grasa y cortes, contestándole con la cabeza.

Lorena venia cogida de mi brazo, la costura del calcetín derecho, se le había clavado en la yema del pulgar y no podía dar un paso. Llegamos a casa, ellos se subieron arriba y nosotros nos quedamos abajo, José Antonio, rebaño la masa de los huesos y se acostó, yo prepare el hato para hoy y cuando me acosté José Antonio dormía profundamente, no quiso hablar conmigo de nada.

*

 Al día siguiente nosotras dos y José Antonio comenzamos a escuchar las conversaciones de los corros. Pacorro no quiso saber nada, nos había dicho que ni se lo contáramos, nada más levantarse, dijo Lorena, que se había ido al taller sin desayunar ni siquiera.

En el pico de la mesa grande, estuvieron Francisco el viejo, Servula, Luis y su mujer. De lo que se grabo solo hare mención de algunos aspectos más interesantes, el resto de los detalles nos los quedamos solo para nosotros tres, porque Lorena y yo concebimos aquella idea, en sustitución de nuestra ausencia en los corros, con ninguna otra pretensión que nos resultara inmoral, por eso después de oír cada cinta la fuimos rompiendo. Yo solo, he hecho estas notas, para que no se me olvide lo más significativo, porque luego el tiempo, la distancia y la ausencia vuelven lo blanco negro, el dolor alegría y carencia abundancia; así es de acomodaticio el ser humano.

Francisco el viejo, conto lo de las piedras y el camino lo menos diez o doce veces, pero como Servula tenia fijación con su idea no le hizo mucho caso y Luis y su mujer discutieron con ardor sobre si la hermana de ella tenía que haber acudido o no, porque había sitio en el coche y podía haberse hecho cargo de Yolandita que menudo rato les estaba dando desde primera hora.
De vez en cuando Francisco insistía a su hermana. Servula, los herederos seremos tú y yo.
 Como se le haya ocurrido dejar las tierras a los sobrinos; no llegan a año nuevo enteras, estos que aquí parecen algo, son una pandilla de hambrientos y desmanotados que están esperando que les caiga algo para machacarlo. Servula en su sordera asentía con la cabeza, repicando, que las mujeres han tenido siempre hijuela y que por lo tanto a ella le correspondía, lo primero por la hijuela un diezmo, luego del resto un tercio, es decir en total el cuarenta por ciento del total, que se lo había ajustado el hijo de su Luis que era bachiller y sabe muy bien de números.
Luis en la distancia, solo asentía con la cabeza cuando su madre decía aquello;  mientras discutía con su mujer, sobre el comportamiento de Yolandita o sobre dónde irían de vacaciones en verano, una semana solo, pero donde. Su interés era sobre todo no entrar en conversación con los primos de Luis y por eso se refugiaban en el corro de los abuelos.


Juan Luis y Miguel, con Ambrosio y los dos hermanos Salmeron, se habían constituido en un núcleo de charlatanes, su coro nos dio mucha escucha, de la que solo extracto algunas ideas y curiosidades. Aquí a sus anchas, Juan Luis conto todas sus aventuras de carretera entre Ponferrada y Polan, pasando por Madrid y sus mejores calles. Miguel un poco avergonzado quería cortarle y conto la historia de un paisano de Ponferrada, un amigo de los vinos del Bierzo, aficionado a los magostos castañeros; que por algún problema de viñedo se sentía asediado, por los vecinos columbrianos. Se dedicó a picotear sus cosechas a escondidas. Para ello guardaba los aperos destructores en su panteón del cementerio, de donde salía disfrazado por las noches para arrancar cepas llenas de uva cuajada, en los días antes de la recolección, como celebrando la Virgen de la Encina de los primeros días de septiembre.
Ambrosio se intereso en la noticia, mientras Juan Luis trataba de desviar la conversación hablando de clubs de la carretera leonesa y castellana, explicaba la diferencia entre locales de la vieja castilla y la nueva castillalamancha.
Pero Ambrosio insistió hasta conseguir entablar el tema con Miguel. Quería saber más cosas de aquel paisano, como entraba y salía del panteón, le tenía intrigado. Los Salmeron, solo abrían la boca para engullir lomo o arroz con pollo, no se les oía palabra, como si no estuvieran en la situación, a ellos que más les daba lo que dijeran, estaban allí para cumplir y repartían muecas de condolencia a todos los rincones de la estancia y a aquellos ojos que se cruzaban con los suyos en el ir de venir de los huesos de santo y pieles de plátano. En toda la tarde no pensaron otra cosa, más que quedar bien con todos los demás, pero tampoco se atrevían a cambiar de corro, avergonzados por su pasado, temían que se ablentara aquella tarde y se sentían refugiados en aquella compañía, además desde allí junto a la puerta dominaban todos los corros y presumían saber lo que pasaba en cada rincón.
Cuando se descubrió el asunto, se dieron cuenta de que en el panteón había una colchoneta y una caja grande de cartón llena de ropas y objetos personales, el paisano que respondía a M.R.S. había utilizado durante seis meses aquel reducto como apartamento, mientras tenía su casa alquilada a una familia georgiana de Tbilisi. Con los ingresos del alquiler M.R.S. comía todos los días el menú del hogar del pensionista y a la caída de la tarde arrastraba su pierna izquierda, para refugiarse en el panteón con un transistor que le anunciaba la hora de la media noche larga. Entonces salía del cementerio y entraba en los viñedos cercanos de sus enemigos, para diezmar sus cosechas.
 ¿Y cómo detectaron el personaje? interrumpió repentinamente Ambrosio.
Miguel respiro profundamente y observando a su corro, quiso esperar a que todos le indicaran con la mirada que siguiera con el relato. No fue así, y manteniendo un momento de expectación continúo con la historia.
Uno de los “coloraos” de los que criaban caballos rojos del pueblo, había entrado hace unos años en la asociación cultural de vecinos y aprendió que aquel cementerio tenía verdaderas obras de arte entre sus construcciones funerarias. Esculturas, forja, algún mosaico, panteones con los techos pintados, imaginería de todo tipo. Todo un descubrimiento junto a las curiosidades de las sepulturas de varios hijos del pueblo, que habían destacado en su vida. “El torero colorao” y su hermano el rejoneador, “el falso obispo” y otros. El caso, es que, desde la asociación habían pedido al Ayuntamiento un poco de respeto para estas construcciones y el alcalde había mandado al arquitecto de la mancomunidad, para hacer una visita de reconocimiento con el correspondiente informe.
De esta manera una mañana de verano, el arquitecto y el perito acompañaban al “colorao” visitando los panteones. Entonces descubrieron el “chalecito” de M.R.S., dando parte al jefe de los municipales que estuvo al acecho hasta descubrir el suceso.

Bueno de estas cosas no hay que sorprenderse, dijo Argimiro Salmeron interrumpiendo el relato. Ahora es muy común entre los turistas pretender ver tumbas de famosos. Conozco el caso del hijo de un amigo, que viajo cerca de 2000 kilómetros para visitar un pueblucho de Francia donde en su cementerio está enterrado un tal Proudhom y poderse fotografiar en su tumba; o el peregrinaje a la tumba de Elvis Presley. Esto, sin hacerse eco de la gente que viaja a Compostela, para visitar la tumba del apóstol. Desde luego no parecen casos comparables, pero en los derroteros que anda el mundo, no sabemos por donde se va a salir.

Su hermano dejo entonces de hacer muecas y gestos a todos los puntos de la  rosa de los vientos, y conto un suceso muy comentado en la comisaria en la que estaba destinado desde siempre. Si bien, antes de relatarlo, miro a un lado y a otro, acerco su silla al centro del corro y escondiendo la cabeza entre los hombros, comenzó.
 Como os he visto muy interesados en estas cuestiones singulares, os voy a contar los que ha pasado hace solo unos días en nuestras fronteras; pero tendréis que mantener el secreto de la información como si de un secreto de vuestra alcoba se tratara. Argimiro le dijo, yo creo que debes contarlo Zoilo, estamos todos pendientes y sabes que de aquí en compromiso contigo, no saldrá ni palabra.
Entonces Zoilo, con una sacudida eléctrica de su tronco, como si le hubiera dado un frio repentino, explico: hace unos meses los inspectores de turno del aeropuerto de Vigo comenzaron a hacer informes sobre el tránsito de cadáveres que llegaba al aeropuerto de manera repentina. Poco a poco su insistencia se comparo con otros aeropuertos y resulto desmedida, una brigada especial de las formadas para el tratamiento de catástrofes, se destino de manera cautelar, al aeropuerto gallego, para observar el fenómeno, las familias implicadas y asumir todas las circunstancias.
En un mes se recibieron doce cadáveres en régimen de traslado internacional, mientras que las estadísticas de otros aeropuertos podían referirse a solo un cadáver al trimestre. El estudio de las familias receptoras y el desarrollo del entierro correspondiente resultaban muy minoritarios, acudiendo solo entre dos y cuatro personas en cada caso siempre de pequeñas parroquias. Eso sí, cada caso pasaba por su reglamentaria autopsia antes de proceder a la exhumación del cadáver.
El análisis comparativo de los protocolos internacionales en estos casos, no era definitivo. Algunos de los miembros del equipo lo habían visto recientemente en sus cursillos y curiosamente coincidía, que los cadáveres venían siempre de países, cuyo protocolo de traslados exigía la autopsia a la llegada.
Aun en el riesgo del conflicto social que pudiera suponer, los mandos a fuerza de recibir informes del equipo; ordenaron su presencia en todos los pasos del proceso.

 El primer lunes de abril, se recibieron noticias de la llegada para el jueves desde Miami, de un envió internacional de cadáver. La familia se persono en la oficina del equipo, eran dos hermanos de una aldea cercana, la minera Freixo, que se había despoblado prácticamente por el abandono de la explotación del subsuelo. Era el cuarto ataúd relacionado con la aldea que llegaba desde que comenzó el año. El equipo inicio su tarea de hacer acto de presencia en todos los pasos del proceso, dando seguridad al mismo. En el momento de proceder a la autopsia, los hermanos invitaron a los dos guardias que les acompañaban a que entraran con ellos a la sala de autopsia, estos nunca se lo habían planteado, pero en lo animado de la conversación sin darse cuenta estaban dentro de la sala de disecciones, siguieron su charla y el agente Crespo observaba lateralmente, como el equipo médico abierta la cavidad torácica del cadáver, extraía de su oquedad paquetes que apartaban en una caja. Terminada la operación y el estudio, volvieron a cerrar el cadáver y tras firmar unos documentos dispusieron el entierro.
Acabado todo, Crespo comento su observación con su compañero el agente Aguilar, y de su informe que emitieron por mail a la comisaria, se desprendió inmediatamente desde la central, una autorización y la correspondiente orden de revisión del proceso de la autopsia y sus restos. Volvieron a la sala de disecciones en menos de dos horas desde la operación y en aquel escenario seguían las mismas personas, solo faltaban los dos parientes y el finado. El equipo médico y de limpieza, manipulaba las bolsas extraídas del cadáver. 25 kilos de cocaína, que guardaban para hacerla más larga y quedarse con su maquila.
Acababan de descubrir un caso de traslado internacional de cadáveres como sistema trafico de drogas. En los supuestos históricos que habían estudiado en su formación policial, conocieron casos de esta tipología como tráfico de billetes o de armas y aunque podía ser de suponer, no habían estudiado ningún caso documentado. Por eso desde entonces a este delito se les llama en la familia policial un “Crespo de Aguilar”.

Dejamos de recoger conversaciones de aquel corro, el camino que tomaba la conversación, no aventuraba ninguno de los temas que a nosotras nos interesaba.

Al corro de Virtudes y las mujeres de Juan Luis y de Miguel, se agregaron Gertrudis y Mariana que no dejaban de asombrarse y escandalizarse entre trozo de jamón, rodaja de lomo y hueso dulce. Es el corro donde más risas sonaban en la grabación. Eso sí, con mucho respeto para el difunto. Mariana conto que en el nuevo tanatorio comarcal habían colocado una pequeña mesa camilla junto a la maquina del agua y los refrescos. A su alrededor se venían sentando los herederos en litigio para resolver los repartos de las herencias. Mientras discuten, observan la cámara refrigerada del cadáver, que ayuda a que se pongan de acuerdo herederos mayores y menores, sobre mandas, hijuelas, quintas y terceras de terceras partes. Por eso nadie del pueblo quiere ir allí y arreglamos los sepelios en las casas, decía Gertrudis, sin pudor alguno después del escándalo que dio con su hermana porque ella era la mayor, cuando su madre.

Bueno no podéis imaginar cómo son las cosas, están empezando a facilitar la forma de dar el pésame por SMS. Te dan un numero, llamas y ya está, como cuando nominas para el Gran Hermano, ahora que aquí tampoco te dicen lo que te cuesta, explicaba Mariana, para no ser menos que su amiga. Virtudes, no le dio importancia ninguna, aduciendo que es una modernización que sustituye a los antiguos telegramas…y a nosotras nos tranquilizaba aquella temática.

José Antonio, después de hablar un momento con su prima Virtudes se sentó en la calle con los vecinos y algún amigo. Así evitaba tener que hablar con sus tíos o con sus primos, y gasto el tiempo escuchando a los vecinos que en este caso, saben más por diablos que por viejos. Para hacer hora estuvieron recitando a Manrique que les venía muy al pelo, aunque tuviesen aquellos versos más de 500 años.
  Recuerde el alma dormida,
avive el seso e despierte
  contemplando
cómo se passa la vida,
cómo se viene la muerte
  tan callando;
  cuán presto se va el plazer,
cómo, después de acordado,
  da dolor;
cómo, a nuestro parescer,
cualquiere tiempo passado
  fue mejor.

  Pues si vemos lo presente
cómo en un punto s'es ido
  e acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo non venido
  por passado.
  Non se engañe nadi, no,
pensando que ha de durar
  lo que espera
más que duró lo que vio,
pues que todo ha de passar
  por tal manera.

José Antonio solo recordaba la cuarta estrofa. Quizás la más popular hoy, la recito a continuación, a su manera con un punto de interpretación.
  Nuestras vidas son los ríoooos
que vaaaan a dar en la maaaar, qu'es el morir.


Allí van los señoríos.
Derechos a se acabar e consumir.
  Allí los ríos caudales.
Allí los otros medianos, e más chicos, allegados, son iguales.

Allegados, son iguales.
Los que viven, por sus manos
y los que viven ricos.

Ahora decían, se está volviendo a la costumbre de leer poemas y poner música a los difuntos, aunque nada es comparable a las conmemoraciones de los viajes por Estigia o las coplas de Manrique. En Europa; sabía José Antonio por su estancia en Alemania y Suiza, que se procuraba establecer unas nuevas formas, que además resultaban mas baratas de entierros. Los protestantes reducen a la mínima expresión las ceremonias.
Uno de los vecinos a quien no conocía José Antonio, y nosotras tampoco. Un hombre entrado en los cuarenta, al que habíamos visto el día anterior de atusarse el nudo de la corbata, en señal de no tener costumbre de usarla. Comentaba, que las últimas tendencias en entierros, es utilizar las webcam para retransmitir los entierros por internet y permitir así que se pueda asistir a ellos sin tener que viajar de un sitio a otro o hacerlo en todo caso, por un sistema de videoconferencia.
Se miraron unos a otros con cierto estupor, sobretodo porque nadie lo reconocía y este, volviendo a la corbata, según nos explicaba José Antonio, insistió explicando, que no se qué, ciudad alemana, de la que no podre ni escribir ni pronunciar el nombre por mas veces que rebobine la grabadora; llevan dos años comercializando este tipo de servicios. Algunos vecinos han hecho concursos sobre a cuantos entierros se puede asistir en una tarde. Los vecinos se echaron a reír y dijeron a corro que esa era una historia muy vieja. En el pueblo había hasta hace muy poco, tres hermanas solteras que acudían a todos los entierros, de la mañana y de la tarde, en lunes o en fiesta de guardar. Algún día, si no había entierro en el pueblo, se acercaban en viajera a las aldeas de la comarca. Entraban en las casas, picoteaban un poco y dependiendo de cómo tenían la agenda de decesos, o bien rezaban un rosario o una salve. Aquí en el pueblo, si conocían al difunto, hacían una sesión de plañideras en la puerta del cementerio mientras se despedía el duelo…

Sin embargo, ayer no hubo ni rezanderas ni plañideras, es una lástima que se pierdan las costumbres. Raquel se ha quedado tranquila después de oír las cintas y José Antonio le ha agradecido que Raquel se subiera pronto a su casa, para que nos quedásemos a solas.

Pero no acaba de encontrar el momento de contarme lo que se habló en el duelo de los hombres desde la casa al cementerio.
 Los de Ponferada y Luis, no pararon de reprocharnos con insistencia abrumadora, que el cadáver, no pasara por la parroquia. Con esta monserga unos u otros no pararon de hablar desde la misma puerta de la casa, calle a calle, por las placetas y el ejido, hasta llegar a lo alto de la cuesta de los Luceros; donde se paran los entierros para  tomar resuello y acometer el último tramo hasta la puerta del cementerio.
 Al estar todos parados y descansando un momento. Francisco el viejo. El padre de Pacorro, suspiro en alto y tiro de muy mala gana su garrota contra el suelo. Se encaro con todos y les dijo: Que cojones os importa que no hayamos querido pasar por la iglesia. Ni para nacer la necesitamos, ni para morir tampoco. A quien no le interese que no dé un paso más y vaya a santiguarse, o que pesque el tole y se marche del pueblo. Que para enterrar un cadáver se basta solo el sepulturero y hoy, este será el único que suspire por su cuerpo. 


He pensado, que no le contare nada a Raquel, si se lo dice Pacorro, seguro que me lo cuenta ella, de todas formas las cintas ya han ido a la basura y estas notas cualquier día sirven para lo menos esperado.

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