La noche comenzaba a caer sobre la silueta de Palacio marcando un color azul claro que coronaba el edifico mientras que sobre nuestras cabezas el azul traspasaba el espectro hacia el negro, la arenilla de las losas de los paseos volvía con la brisa a sus dominios dejando libres de chirridos los pasos de los viandantes.
Al frente la fuente de los patos, donde los había visto por al mañana zambulléndose en su agua, dominaba la majestuosidad del palacio y nuestro camino se encontraba con ella como punto de horizonte, la brisa venia perfumada por las flores del jardín que apenas llegaban a los sentidos, mientras que el olor a hierba despertado por el agua del reciente riego dominaba a cada paso el ambiente.
El jardín y sus paseos estaban en plena ebullición las gentes cruzaban de un sitio a otro, con animadas conversaciones y manifiestas prisas como si fueran a algo imprescindible, pero acompasadamente al paseo por el jardín con un paso firme seguro y agradable. Un hombre cachazudo cruzaba delante de nosotros al contrario del paso habitual, de izquierda a derecha, bamboleándose, movía rítmicamente su brazo derecho con cuya mano agarraba una caja rectangular, negra y roja.
El sonido del blues del saxofón que nos cautivo para entrar en los jardines, se apagaba a cada paso, se ocultaba, llenado el espacio al frente el sonido a tango que desde un acordeón nos llamaba hacia la fachada principal. En una de las fuentes que quedaba a la derecha de nuestro paso, dos hombres de mediana edad con el torso desnudo y los brazos señalados de tatuajes, se refrescaban con sus aguas sin sentirse amenazados en su intimidad higiénica, por su presencia en un espacio público. Solo se preocupaban de aprovechar los gruesos troncos de los viejos árboles y sus caídas ramas para ocultarse de la vista directa de la pareja de guardias civiles, que hacían su rutinario puesto a la puerta del Palacio, pendientes del Peugot blanco de reglamento que tenia a su cargo.
El más barbado de los furtivos higienistas, se adelantaba de vez en cuando al paseo central para ver a los paseantes de cerca y volviéndose a su camarada le lanzaba ininteligibles frases en alguna lengua eslava que no llegue a entender. Terminadas por este sus abluciones lanzaba a la pradera, ropas de diversas clases, como colocándolas para preparar un lecho.
Ahora era de derecha a izquierda como cruzaba el hombre de la caja, y pude observarlo mejor, en su mano izquierda portaba una bolsa de viaje de aspecto mugroso y tono amarillento, que antes simplemente no había percibido. Entonces la estatua de Eurico aun a lo lejos pareció moverse en su pedestal o quizá fue algún faro que se detuvo en ella desde algún lugar de la noche madrileña, pero a mi me impresiono profundamente, el hombre de la caja en aquel momento se paro en seco y sentí como me señalaba con su rectangular caja rojinegra.
Los acordes de “Matasano” un viejo tango escrito por Pascual Contursi en 1914 rompían el silencio del fogonazo de la luz y recomponían de nuevo la ausencia de la razón del paseo. Curiosamente un matrimonio entrado en edad se había parado frente a nosotros tan solo a unos metros y ella con dilatada sonrisa de satisfacción, buscaba unas monedas en su bolsillo que dándoselas al caballero le indico que se las acercara al melancólico acordeonista que recordaba la música de Francisco Canaro un viejo amigo argentino de su abuelo medico.
--Es esta música Homero, que siempre me trae recuerdos familiares de mi papa y de mi abuelo, para ellos era como una especie de himno profesional, mi abuelo Mario vivió la composición cuando de joven al final del verano de 1914 se estreno este “matasano” en el primer baile del internado, de los futuros médicos.
--Así es, me lo has contado durante los cincuenta años que no conocemos tantas veces, que cuando lo oigo yo también me emociono y busco una moneda para alegrar al músico que lo interpreta aunque no estés conmigo. Y realmente es una pieza rara de interpretar no forma parte del repertorio de los músicos callejeros, gracias a los éxitos de tanguistas posteriores.
Mientras andaban siguieron en su mundo y tarareando los soniquetes de otros tangos. Palacio se había sobrevenido encima, tan solo nos separaban cuarenta o quizás treinta metros de la puerta principal, una carrera de cinco u seis segundos y aunque no tenia interés ninguno en llegar a la puerta, ni para verla, ni para tocarla, ni para llamar a ella; se interponían en la visión el coche blanco y la pareja de guardias civiles. La caja rojinegra cruzo con mucha rapidez delante de mis ojos balanceándose del brazo de su porteador, miraba este en todas las direcciones al mismo tiempo y echaba su cuerpo hacía adelante dejando las piernas y los pies sensiblemente retrasados en su avance doblado por la velocidad. Balanceaba con fuerza ambos brazos teniendo en alto la caja rojonegra y en bajo la bolsa mugrienta, e inmediatamente la caja abajo y la bolsa arriba. Detrás de la figura quedaba un vació imaginario en la escena que arrastraba el aire de su espacio, una cuestión de calor y movimiento. La luz cálida de las farolas de la plaza y el reflejo de la caja, le daban un aspecto rojizo a la bolsa mugrienta y a toda su figura.
La amplia sonrisa del acordeonista que dedicaba generosamente a todos los viandantes y el tintineo de las monedas en su cacillo me hicieron abandonar el interés por la silueta que se perdió pradera arriba entre árboles, sombras y setos, abandonando los jardines de palacio propiamente dichos. Detrás de nosotros en fila caminaban dos o tres perros grandes de color parduzco que como en procesión no se perdían uno a otro para llegar todos juntos al mimo sitio. El acordeón volvía a sonar, y ahora yo mismo podía reconocer el tema principal de la película, “Tango”, una cinta de hace unos años, que dirigió Carlos Saura uno de los cineastas españoles mas inspirados de la segunda mitad del siglo XX. Seguimos caminando alejándonos de Palacio, entre artistas callejeros y parejas de amantes, que habían aprovechado como nosotros la ultima luz de la tarde y la vista de la puesta del Sol de primavera, entre
Después vinieron muchas palabras, el murmullo, el silencio, una larga noche y el nuevo amanecer generoso de luz que enmarcaba las sombras y las siluetas de las cosas. El periódico de la mañana, había dejado libre la primera página de discursos políticos para anotar brevemente una noticia de la ciudad. “Hoy han amanecido decapitados los cuerpos de dos hombres jóvenes con el torso desnudo en los jardines de Palacio. Las investigaciones policiales anuncian que puede tratarse de un asesinato ritual debido a que los cuerpos estaban recién lavados y perfumados y las cabezas han desaparecido, no pudiendo encontrarse en el jardín ni en sus praderas.
Los jardineros habían encontrado, del turno anterior hechos muchos hoyos para plantar los nuevos pensamientos y tulipanes, ellos no tenían que buscar el sentido lógico de la plantación, cada vez las reglas y las normas de la antigua ornamentación eran más abandonadas, la modernidad imperaba en los jardines de Palacio. ¡Ay!, decía el viejo Jorge, mientras almorzaban tumbados en la hierba de la pradera, si el mago Sabatini o el maestro Cecilio Rodríguez levantaran la cabeza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario